Durante los días más álgidos de las marchas contra el racismo en plena pandemia me molestaban un poco videos, stories y publicaciones que proponían la calma total, un llamado insistente a que ‘nada destruya tu paz o te perturbe’. Entiendo que este tema de la tranquilidad es central cuando pensamos en la depresión que puede causar el encierro o en la gran dificultad para encontrar sosiego en medio de tanta incertidumbre. Sin embargo, esos mensajes me hacen reaccionar radicalmente (desconsiderada y egoístamente seguro): no creo que debamos tener paz mental, pues hay una pandemia que recrudece la pobreza y la desigualdad y, sumada a ella, hay un serie de demandas sociales que no deberían relajarnos sino ponernos incómodos, inquietarnos. Hoy vi El silencio de otros (2019) y volví a pensar en cómo un hecho social doloroso, difícil de tratar, hace que unas personas quieran pasar la página y otras quieran leer esa página en voz alta, aunque el acto mismo de recordar lo que esa página dice las desgarre.
Esta obra de Almudena Carracedo y Robert Bahar cuenta la historia de una querella. Registra los momentos más intensos de la querella argentina que sobrevivientes de la dictadura de Francisco Franco en España levantaron contra sus torturadores desde Argentina en 2010. En la transición para dejar atrás la represión y la dictadura, España acordó una amnistía que dejaba intocables a los militares que secuestraron, torturaron y asesinaron civiles entre 1939 y 1975. El silencio de otros, ganadora como mejor película documental en los Goya 2019, nos muestra un fragmento de la vida de más de 250 querellantes que recurrieron a la justicia universal y a la movilización social en contra del olvido para reclamar justicia desde otro país.

Los crímenes cometidos por los militares van desde la brutalidad policial y la censura hasta la creación de campos de detención ilegal, el robo de bebés y los asesinatos extrajudiciales. Las denuncias de las víctimas nos muestran un elemento central en estos procesos de justicia: la mirada internacional o, dicho de otro modo, el carácter transnacional de los crímenes de Estado. El documental conecta y compara las historias de Argentina, Chile, Guatemala y Ruanda, por ejemplo, demostrando cómo las organizaciones sociales de sobrevivientes han sido claves para el establecimiento de la verdad y la reparación y cómo la alianza internacional es productiva y necesaria no solo para lograr un poco de justicia sino para llevar a la mesa pública estos temas tan dolorosos pero vivos. Una imagen impresionante es la mano de un sobreviviente de la dictadura española visitando un monumento a los desaparecidos en Argentina. Las continuidades de sus luchas y su alianza son retratadas con respeto y escucha en este documental.
Y pensando en monumentos, el hermoso y abrumador “Mirador de la memoria” ubicado en el Valle de Jerte, Extremadura, acompaña vigilante la narración de este documental, que recuerda a las preciosas imágenes de documentales de Patricio Guzmán como Nostalgia de la luz (2010), sobre las víctimas sobrevivientes de la última dictadura chilena. Estas estatuas nos miran y miran a la sociedad española, que se intuye fragmentada por la historia: para unos es necesario olvidar, superar el pasado para ver mejor el presente, hacer silencio; otros necesitan narrar lo que les pasó a ellos, a sus madres o a sus padres, a sus abuelos. Entre los 100.000 civiles violentados por la dictadura, unos necesitan remover la tierra de las fosas comunes para encontrar los huesos de sus familiares y otras quieren identificar dónde vive ahora el hijo que los médicos de un hospital reportaron como muerto el día del parto, pero que se sabe fue reubicado en otra parte del país. En su registro de las luchas legales, mediáticas y emocionales de los sobrevivientes o de los familiares de las víctimas, El silencio de otros parece hacernos, entre otras, dos preguntas: ¿cómo se promueve socialmente el olvido de lo que nos hace daño y cómo evitarlo?¿qué necesitamos para recordar o dejar recordar a otros?

Para terminar, como mucho de lo que veo, este documental que está en Netflix me hace pensar en Colombia y en la existencia o no de una pedagogía de la memoria para nuestro conflicto. Necesitamos más oídos que escuchen que sí hay un conflicto armado, que sí lo hubo; que sí existen los paros nacionales legítimos, con reclamaciones que nos duelen como población; que sí hay poblaciones (afrocolombianas, indígenas, campesinas) golpeadas por la guerrilla que ahora son golpeadas de nuevo por los paramilitares y el narcotráfico; que sí existen los líderes sociales, pero que los estamos matando sistemáticamente; que sí hubo un proceso de paz porque, entre otras realidades, sí hay ex combatientes que están asesinando… Necesitamos disposición para ponerle ‘el espejo retrovisor’ al presente, ese que nuestro presidente actual prometió, en su campaña, no poner. Necesitamos ese reflejo del pasado porque sin la justicia, la reparación y el perdón (dado, no exigido) no es posible caminar, aunque nos quite el sueño, amargue las conversaciones familiares o los chats entre amigos. Aunque nos perturbe.