
Antes de que Marta Rodríguez y Jorge Silva cambiaran el panorama del cine colombiano con su documental Chircales (1966-1971), a inicios de los 60 José María Arzuaga estrenó Raíces de Piedra, un largometraje argumental que, influenciado por el neorrealismo italiano, el cine de autor de la Nouvelle vague y el naciente Nuevo Cine Latinoamericano, retrató por primera vez la contradictoria realidad social de la Bogotá de mediados del siglo XX.
Nacido en Madrid, España, Arzuaga llegó al cine luego de tratar de compensar su frustración de no ser arquitecto ingresando al Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid (posteriormente conocido como Escuela Oficial de Cine). Allí realizó sus dos primeros trabajos, El solar (1958) y La cama número cinco (1959), cuyas temáticas causaron reparos en las directivas del instituto por la perspectiva social con que eran presentadas. Cansado de estas tensiones y aspirando a un ambiente con mayor libertad creativa, Arzuaga se aventuró a viajar a Colombia en 1961, año a partir del cual desarrolló su obra cinematográfica: tres largometrajes de ficción (Raíces de piedra, 1961-1963; Pasado el meridiano, 1965; Pasos de niebla, 1977) y cerca de treinta cortos tanto documentales (entre ellos Rapsodia en Bogotá, 1963; Crónica de un incendio, 1973 o Una vida dedicada al arte, 1976) como argumentales (Luisa, Luisa, y la luz se hizo, 1975).
Si bien durante sus primeros años en Colombia trabajó principalmente realizando cortos comerciales para la empresa Cinesistema, el director supo utilizar sus ganancias para financiar el desarrollo de su propia obra. Desde el inicio su estilo se caracterizó por la exploración en el lenguaje audiovisual y por la mirada crítica de la realidad social, aspectos que marcaron la diferencia en cinematografía local y generaron controversia en los círculos sociales tradicionalmente conservadores de Colombia, particularmente en Bogotá. Así queda claro en su primer largometraje, Raíces de piedra, película que en principio fue pensada como un documental y que llegó a manos de Arzuaga sólo para que revisara su guion. Sin embargo, la historia llamó poderosamente su atención y decidió convertirla en un historia de ficción y dirigirla él mismo.

Raíces de piedra gira en torno a Clemente y Firulais, dos vecinos que viven en los chircales del sur de Bogotá. El primero se dedica a trabajar como albañil en el centro de la ciudad mientras el resto de su familia elabora ladrillos de manera artesanal; el segundo se rebusca la vida robando transeúntes incautos. Firulais es un buena vida, Clemente es un trabajador “pobre pero honrado”. Sin embargo, la distancia moral entre los dos se acorta cuando Clemente pierde su trabajo, cae enfermo y entra en una suerte de locura, y Firulais emprende una aventura por la hostil Bogotá en busca del dinero suficiente para comprar las medicinas que pueden curarlo. Luego de no lograr la ayuda económica de un ejecutivo cuya oficina está en un edificio donde Clemente trabajo como albañil y de no poder contactar al médico que trató al enfermo, Firulais decide robar a una mujer solitaria, pero esta vez el atrevimiento termina en un linchamiento colectivo. Encerrado en una celda de la estación de policía a causa del delito, cuando ya parecía haber perdido las esperanzas, Firulais es ayudado por un compañero de celda quien, borracho y con ínfulas de grandeza (al entrar le grita al policía: “¡usted no sabe quién soy yo!”), le da un puñado de billetes al ladrón. Emocionado, paga la fianza y sale a comprar las medicinas que necesitaba. No obstante, al llegar a casa su alegría se desvanece al encontrarse con la procesión fúnebre de los vecinos en torno al ataúd en donde llevan a Clemente.
Una historia como esta, a pesar de que uno podría relacionarla con muchos colombianos de carne y hueso, nunca antes había sido contada en el cine de Colombia; Arzuaga fue uno de los primeros realizadores que se atrevió a poner en la pantalla los rostros de estos habitantes que antes parecían invisibles. Aún más, la película plantea un punto de vista crítico de dicha realidad al mostrar cómo la tragedia de estos dos hombres y sus familias es causada por una ciudad en donde existe una clara estructura de exclusión social marcada por una diferenciación de los espacios habitados por los bogotanos: unos en el centro del poder político y financiero con sus altos edificios y aceras arborizadas, otros en las áridas periferias, desprovistos de cualquier agencia y sumidos en la pobreza y el hambre. Así Bogotá deja de ser retratada como un destino turístico o sólo como el paisaje de fondo para convertirse en un protagonista más que llena de sentido la historia. El director hábilmente enfatiza esto marcando visualmente la travesía de Clemente y Firulais pasan para desplazarse entre el centro de la ciudad y sus casas, y la manera como el solitario ladrón desentona por su vestimenta y su aspecto al deambular por las calles del centro o al entrar a los edificios de oficinas.
Raíces de piedra también es una mirada crítica del duro encuentro, ese que sigue aconteciendo día a día en Colombia, entre el mundo urbano y el rural. Durante el periodo de La Violencia (1948-1958) casi el 20% de la población de Colombia fue desplazada de manera forzada por el enfrentamiento bipartidista, haciendo que muchos, como los protagonistas de la película, llegaran a las periferias de la ciudad en busca de un mejor porvenir. Arzuaga muestra con crudeza la realidad que enfrentaban los recién llegados. En las ladrilleras se veían forzados a vivir en unas casas paupérrimas y ante el desempleo la única opción para las familias, incluidos los niños, era entrar en un esquema de explotación laboral haciendo los ladrillos con los cuales se construían los edificios del centro de la ciudad. Pero el progreso urbano terminará desplazándolos nuevamente, como si Bogotá no diera un respiro a quienes vienen de fuera. Así queda claro en la película cuando unos ingenieros llegan a los chircales a tomar medidas para una futura construcción en la zona; cuando una joven vecina desconcertada les pregunta sobre lo que está sucediendo, obtiene como respuesta que “el progreso es imparable” y un periódico donde está la información sobre el proyecto. Sin embargo, la joven no sabe leer y se pasa de casa en casa buscando a alguien que sepa y pueda contarle qué está escrito.

Dada la sociedad clasista de Bogotá, era inevitable que la Junta de Censura, creada en 1955 durante el gobierno de Rojas Pinilla, encontrara reparos la película de Arzuaga e intenrara censurarla argumentando una «distorsión malintencionada de la realidad nacional». De hecho, lograron eliminar algunas escenas con una crítica social más fuerte: varias en las que los terratenientes de las ladrilleras maltratan a los habitantes de la zona, la de una mujer moribunda a causa de la pobreza del chircal y la de un cura que quiere obtener dinero de los chircaleros para construir un templo, entre otras. Aunque no tenemos la totalidad de la película tal y como la pensó el director, el material que conservamos es lo suficientemente valioso como para considerar que se trata de una obra pionera del cine social en Colombia.
Finalmente, quisiera apuntar un aspecto de Raíces de piedra que me resulta interesante. Por limitaciones técnicas de la industria cinematográfica en Colombia y quizá también por la influencia del neorrealismo, el sonido de la película no fue grabado en directo, sino que los diálogos fueron doblados posteriormente. Es evidente que los actores que realizaron las voces en la versión final son españoles tratando de hablar como colombianos, esforzándose por utilizar expresiones típicas que al final resultan algo chocantes dichas por alguien foráneo. Esta situación de un director español que, para darle voz a personajes de la realidad social de Colombia nunca antes vistos, debe recurrir a la voz de extranjeros me parece un símbolo de la eterna encrucijada del cine colombiano (y latinoamericano): unas narraciones que anhelan ser locales pero no pueden ignorar a su espectador internacional, un cine nacional que al mismo tiempo se enriquece y se pervierte con la influencia externa.
Referencias
Trelles Prazaola, L., South American Cinema: Dictionary of Film Makers, 1989.
Restrepo, M., Cuadernos de cine colombiano, n° 5: José María Arzuaga, 1982.