
The House that Jack Built cuenta en cinco episodios y un epílogo la historia de Jack, un asesino en serie, apodado por sí mismo Mr. Sofistication, quien a lo largo de dos décadas comete crímenes atroces contra todo tipo de personas, aunque la película se centra en historias relacionadas con mujeres, niños, y hombres no blancos (?). Jack es un hombre frustrado, un ingeniero que siempre quiso ser arquitecto, con una personalidad obsesivo-compulsiva que le hace difícil sobrellevar la suciedad y el desorden. La historia de este asesino es retratada mezclando el estilo característico de Dogma 95, rasgo que le da intensidad y proximidad a lo que estamos viendo, y la creación de secuencias minuciosamente coreografiadas, filmadas, y adornadas. Está llena de momentos brutales y atroces, insoportables de seguir tanto por el nivel de violencia (creo que nunca había visto algo parecido) como por la impotencia ante la indefensión de ciertos personajes. El papel protagónico es llevado con intensidad por un maduro Matt Dillon, quien asegura que sigamos con detalle la sosegada exaltación que define al brillante y trastornado Jack. Con todo y la intensidad del personaje, hay que reconocer que Jack está lejos de otras figuras del mundo narrativo de Lars von Trier: Bess en Breaking the Waves, Selma en Dancer in the Dark, o Grace en Dogville. Quizá una mirada más nihilista del mundo por parte del director ha hecho que para Jack sea imposible salir del infierno hasta donde él mismo se ha llevado, cerrando la posibilidad de cualquier tipo de redención.
La historia de The House that Jack Built es narrada a través de la conversación entre Jack y Verge (Bruno Ganz), un enigmático personaje sobre el cual no conocemos más que su durante buena parte de la película. Ese diálogo es el núcleo de The House that Jack Built. Es una conversación que, al igual que en Nymphomaniac (2013), está cargada de incontables referencias, puestas ante nosotros de manera clara pero frenética, haciendo que como espectadores estemos obligados a conectar visualmente (si alcanzamos a captarlo) lo reflexionado en la conversación con lo narrado a través de los eventos por los que pasa Jack. Con este recurso el director deja ver en todo su esplendor su capacidad de crear conexiones intertextuales más allá del plano narrativo y de la ficción del cine, poniendo en evidencia la red de significados que sostienen su obra. Existen referencias al arte (Delacroix), a la literatura (La Divina Comedia, Fausto), a la música (el video «Subterranean Homesick Blues«, David Bowie), a la arquitectura (Albert Speer), y muchas más.
Estas conexiones son posibles porque, al final, la conversación de Jack con aquel personaje misterioso podría ser la representación del discurrir de la mente de Lars von Trier: un cavilar continuo que parece ser una respuesta a tantas críticas que el director ha recibido, especialmente en los últimos anos. Fiel a su talante provocador, entre otros temas, en el diálogo entre Jack y Verge el director se refiere a la misoginia que se le atribuye (Jack se pregunta respecto a sus crímenes: ¿por qué siempre la culpa la tiene el hombre?), a las acusaciones de locura y desequilibrio mental, e incluso a Hitler, al nazismo, y al Holocausto, temas por el cuales fue declarado persona non grata en el Festival de Cannes por varios años. El nivel de auto-referencialidad es parte esencial de lo que The House that Jack Built quiere trasmitir: mientras Jack afirma que no es cierto que las atrocidades que cometemos en nuestra ficción son deseos internos reprimidos por la civilización y expresados en forma de arte, sino que “el cielo y el infierno son lo mismo, el alma pertenece al cielo y el cuerpo al infierno”, en la pantalla vemos brevemente secuencias de sus películas anteriores, como en una suerte de testamento visual del universo cinematográfico de von Trier. En otro momento dice Jack sobre sus crímenes, como si el director hablara de sus películas, “no miren los actos, miren las obras”. Al final, la última película del director danés es no sólo una obra que se mueve en el plano del metalenguaje y la intertextualidad propias de su proceso creativo, sino una metáfora elaborada (con un lenguaje extremadamente violento) de lo que sucede en la relación de un artista consigo mismo, con su obra, y con sus interlocutores.

Lars von Trier logra nuevamente provocar. Dadas las circunstancias de nuestro tiempo, la película es particularmente escandalosa porque representa, creo que yo que de manera bastante intencional, una violencia de género marcada: mujeres víctimas que son retratadas como como ingenuas, casi estúpidas y hasta cierto punto responsables de su fatal destino. Es verdad que la violencia es exagerada, pero también invita a pensar por qué pareciera que toleramos algunos tipos de violencia en la pantalla y otras no. Reconociendo que quizá la película se excede en ese sentido y que el director toma distancia de sus personajes femeninos anteriores, sufrientes pero con una esperanza de redención, creo que Lars von Trier ha hecho una película para sí mismo y sobre sí mismo que revela su angustia respecto a la existencia, una película que al unísono grita con Jack: “¡Nadia quiere ayudar!”. Sirviéndose de su innegable destreza para hacer películas, el director ha logrado su cometido de hacer una película que celebre la idea de que la vida es malévola y desalmada.
Y para terminar: ¿no es bastante particular que la canción insignia de Jack, de toda la película sea Fame de David Bowie? Mientras todos se escandalizan con sus películas, tengo la impresión de que Lars von Trier tiene más sentido del humor del que se cree.
