«In a time of universal deceit, telling the truth is a revolutionary act»
Con esta frase de George Orwell («En tiempos de engaño generalizado, contar la verdad es un acto revolucionario») comienza la película que ganó este año el Óscar a Mejor Documental. Se trata de una producción de Bryan Fogel, un cineasta poco conocido y con una corta experiencia en el mundo del cine.
La reveladora historia de Icarus se le apareció de manera inesperada al director. Todo empezó en 2013 cuando Fogel, ciclista aficionado y apasionado, vivió una gran decepción cuando su ídolo Lance Armstrong no sólo reconoció, luego de haber mentido durante años, que había utilizado sustancias para mejorar su rendimiento deportivo, sino que prácticamente afirmó que muchos ciclistas, si no todos, recurrían a las mismas técnicas para alcanzar sus metas. El director, sorprendido por el hecho de que durante tantos años los ‘estrictos’ protocolos anti dopaje no hubiesen identificado la trampa, quiso someterse a sí mismo a un intenso proceso de dopping que al mismo tiempo le permitiera mejorar sus resultados en una carrera semi-profesional en Francia y comprobar que era posible burlar los controles. Para llevar a cabo este proceso, que quiso documentar en cámara, necesitaba un experto que fuera cómplice de su aventura. De esta manera entra en contacto con el científico ruso Grigory Rodchenkov, director del laboratorio nacional anti dopaje en Rusia. Rodchenkov, para la sorpresa de Fogel, se muestra disponible y entusiasta ante el proyecto de diseñar un estricto programa de medicinas que le ayuden a doparse de manera exitosa, sin ser detectado. Mientras la preparación de Fogel avanzaba, en diciembre de 2014 un documental para la televisión alemana denunció que el gobierno ruso podía estar patrocinando el dopaje sistemático de sus deportistas. El documental dio pasó a una investigación por parte de la Agencia Mundial Anti Dopaje (WADA, en inglés), quien encontró como uno de los principales sospechosos a Rodchenkov, cabeza de la entidad rusa encargada del tema. Pronto el gobierno ruso desmintió las acusaciones, Rodchenkov fue obligado a renunciar a su cargo, y Putin prometió castigar a los culpables.

Sin embargo, Fogel y su cámara revelan el otro lado de la historia. Tras haberse convertido en amigos a lo largo del proceso, Forgel comienza a sentirse preocupado por el destino de Rodchenkov. Éste se siente en peligro estando en Rusia, pues sabe de las posible represalias por parte del gobierno. El director decide comprarle un pasaje hacia Estados Unidos, ayudándolo a escapar así de su país. En ese momento la medida puede ser considerada exagerada por parte del espectador, que probablemente piense que todo esto se trata de otra falsa conspiración. Mas la muerte inesperada de uno de los amigos y colegas más cercanos del científico revela que los temores no son infundados. Refugiado en la casa de Fogel, Rodchenkov decide librarse del peso que le representa el control ruso, y va contando poco a poco cómo el gobierno de su país, de Putin hacia abajo, hizo parte del fraude sistemático de los controles de dopaje. Todo para demostrar supremacía en las competiciones deportivas internacionales. El documental muestra cómo Fogel y su productor aprovechan la oportunidad para revelar la ‘verdad’ de los hechos y convertirla en un fenómeno mediático y cómo esto terminó causando que la delegación rusa no asistiera en su totalidad a los Juegos de Río en 2016.
Sin lugar a dudas, Icarus tiene un contenido poderoso y, como lo anuncia su epígrafe, revolucionario. Aunque sea sano dudar hasta cierto punto del unilateral testimonio de Rodchenkov y de las pruebas presentadas a lo largo del documental, es imposible no sorprenderse por el nivel de corrupción del que estamos hablando. Aun así, la verdad es que la narración del documental se sostiene gracias a la personalidad de Rodchenkov: a veces gracioso y genial, otras veces difícil y enigmático, logra generar empatía a pesar de que sabemos que ha utilizado su conocimiento para cometer de manera deliberada un crimen. Esta zona gris en la que es representado, en donde puede ser un héroe o un delincuente, un valiente o un psicópata, hace que el documental sea provocador a pesar del punto de vista del director, quien claramente considera que Rodchenkov es un mártir. Por otra parte, el documental permite que resuenen los ecos de la guerra fría, y sobre todo las voces actuales en torno a la relación que existe entre Trump y Putin. Icarus reviva esa extraña sensación de conspiración internacional que siempre ha generado fascinación, demuestra una vez más la existencia de agendas ocultas, y sobre todo cuestiona de manera directa la confianza, la poca que queda, de las instituciones gubernamentales.

A pesar de la fuerza de aquello que nos revela, Icarus en algunos momentos resulta un documental desordenado, notablemente parcializado, e intencionalmente aleccionador. Me ha disgustado de manera particular el recurso a la obra emblemática de Orwell, 1984, porque parece forzado y artificial, especialmente cuando se utiliza la voz impostada de Rodchenkov leyendo la distópica novela como excusa para la narración.
Termino incluyendo el papel que Netflix ha tenido en el éxito del documental. Cuando se estrenó en enero de 2017 en Sundance, Icarus se perfilaba como una película independiente con un mensaje poderoso, pero las probabilidades de ser estrenada en las salas parecían muy lejanas. Sin embargo, cuando Netflix compró los derechos de distribución y lanzó internacionalmente el trabajo de Fogel en agosto de 2017, Icarus tomó una relevancia inusitada. Tanto así que llegó hasta los Premios Óscar para darle a la compañía su primer premio de la Academia por un largometraje en una categoría en la que cada vez hace más presencia. Hay que reconocer que en el caso del cine documental Netflix se ha convertido en el patrocinador y exhibidor por excelencia de producciones que de otra manera no llegarían a un público tan amplio. Ojalá así siga siendo por mucho tiempo.