
Estaba interesado en ver Annhihilation (2018) porque inicialmente pensé que se trataba de una producción de Netflix. Me llama la atención cómo esta compañía está apoyando proyectos cinematográficos que han sido rechazados por productoras más tradicionales, como sucedió en el caso de Okja (2017). Una opción que, si bien tiene evidentes razones económicas, también está abriendo espacios creativos y alterando las dinámicas de producción establecidas. Sin embargo, resulta que Annhihilation, la segunda película de Alex Garland, que debutó de manera exitosa en 2014 con la genial Ex Machina, no es una producción original de Netflix, sino de Paramount Pictures. Al parecer los ejecutivos de esta última consideraron que la película de Garland, basada en la novela homónima de la trilogía escrita por Jeff VanderMeer, debía ser estrenada en algunas salas de Estados Unidos, pero exhibida internacionalmente a través de Netflix. Por lo visto, la temática enigmática de Annhihilation era una apuesta arriesgada (muy intelectual, muy complicada) para las salas de cine, y Paramount no quería repetir una ‘catástrofe’ similar a la de una de sus recientes apuestas, mother! (2017). A pesar de que es una verdadera lástima no poder disfrutar Annhihilation en una gran pantalla, el recelo de Paramout y la disponibilidad de Netflix hablan a favor de Garland, de su sello personal en desarrollo, y de una película que con seguridad polarizará las opiniones.
Annhihilation cuenta la historia de Lena (Natalie Portman), una bióloga, catedrática de universidad, y exmilitar que se enfrenta a la ausencia de su esposo Kane (Oscar Isaac), quien ha desaparecido luego de haber participado en una misión militar secreta. Todo cambia cuando Kane reaparece sin explicación alguna, y su comportamiento taciturno se torna también en una extraña condición física que parece destruirlo. Kane es puesto en cuarentena mientras intentan mantenerlo con vida, y Lane descubre que la misión de su esposo consistía en entrar en ‘the shimmer‘ (el resplandor), un espacio en expansión producido por un elemento alienígena que ingresó a la tierra (como nos enteramos en la primera escena de la película). Convencida de que la única manera de salvar a su esposo es entrar a esta misma área, en donde muchos han desaparecido excepto Kane (!), Lane se une a un grupo de cuatro científicas que intentan llegar al epicentro de ‘the shimmer‘. Al interior de este mundo extraño, las cinco mujeres se encuentran poco a poco con lo maravilloso y aterrador de una vida en constante transformación.
Comencemos diciendo que esta película no sólo tiene a una protagonista femenina, sino que el reparto central es femenino. Aun más, se trata de mujeres dedicadas a la ciencia, racial y sexualmente diversas (sin hacer que esto sea tema central de la historia), y con un perfil psicológico multidimensional. Este tipo de representación femenina en la pantalla me parece relevante, no porque haga que la película sea mejor o peor per se, sino porque en un genero cinematográfico dominado por las figuras masculinas, en el que lo más parecido ha sido la versión femenina de Ghostbusters (2016), es una alivio encontrarse con personajes femeninos que intentan resignificar los estereotipos. (Sí, los estereotipos son necesearios… pero de eso hablamos otro día.)
Por otra parte, la película acierta en su utilización del lenguaje cinematográfico. La historia está narrada a través de tres líneas de tiempo (un presente, y dos momentos distintos en el pasado), que otorgan al espectador información que en una narración tradicional sería el culmen de la historia, pero al mismo tiempo hacen preguntas que quizá en una temporalidad lineal única no nos haríamos. Así nos mantiene a la expectativa de lo que sucederá de una manera distinta. Además, estos niveles de tiempo nos dan la oportunidad de generar diversos canales de empatía con Lane, interpretada en todos sus matices con precisión por Natalie Portman. El ritmo de la historia mantiene el tono de misterio, no sólo por la angustia en la que acompañamos a los personajes, sino por algunas escenas impactantes que aterrorizan e incomodan. La música, compuesta por Geoff Barrow (uno de los tres de Portishead) y el veterano Ben Salisbury, aporta con autoridad a la pluralidad de tonos que el director sabe amalgamar en una historia que en principio no daría muchas opciones. Y por supuesto, consolidando lo demostrado con su ópera prima, Garland pone a funcionar su habilidad para construir imágenes memorables, bien por grotescas o bien por hermosas, pero siempre con una mirada cuidadosa del detalle, pero también del significado.
Y precisamente esto último hace que Annhihilation no sea simplemente una película para pasar el rato o para disfrutar los avances de la tecnología, como puede pasar la mayoría de la ciencia ficción. Las preguntas que revelan tanto los diálogos de los personajes, como las insinuaciones a través de las imágenes, apelan a algo más profundo. Por un lado, la idea enunciada desde el principio, durante una de las clases de Lena, respecto a la división celular, ‘la estructura de todo lo que vive y muere’, es un trasfondo constante de la película. Es una reflexión sobre las fuerzas de sobrevivencia y autodestrucción que nos atraviesan, sobre esa extraña tendencia a acercarnos al vacío (a la muerte) con la esperanza testaruda de encontrar la plenitud (la vida). (Por alguna razón, esta lucha de fuerzas me recordó Virus, una canción de Björk: ‘My sweet adversary!‘) Y por otro lado, hay una idea sobre el ser de las cosas, sobre la realidad, sobre la respuesta por la identidad. La imagen de las manos refractadas a través de los vasos, recurrente en la película, parece ser una pregunta decisiva de Garland sobre qué es real.
No sé cuál será la repercusión de Annhihilation en el público de estos tiempos, y mucho menos si será recordada, especialmente en un medio cuya memoria es normalmente de corto plazo. Sin embargo, creo vale la pena verla, una, dos o más veces. Su tono misterioso, su belleza visual, sus alusiones a realidades más profundas, sus silencios desafiantes, su final abierto… todas son sugestivas razones para abrirse a las preguntas que propone el psicodélico retrato compuesto por Garland.