LADY BIRD (2017)

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«Anybody who talks about California hedonism has never spent a Christmas in Sacramento». Joan Didion

El epígrafe de Didion, escritora proveniente de Sacramento (como Greta Gerwig), anuncia sobre un fondo negro que a continuación veremos algo distante de esa California idealizada de playas inconmensurables, fiestas  desenfrenadas, o sueños imposibles siempre alcanzables. El fondo oscuro se desvanece para presentarnos a dos mujeres que plácidamente duermen una frente a la otra, como si estuviéramos ante el reflejo ligeramente rejuvenecido (o envejecido) de una sola. Una voz pregunta: ¿te parece que luzco como si fuera de Sacramento? Estamos ahora ante la figura espigada de una joven que se contempla en el espejo, mientras la otra mujer arregla cuidadosamente la cama, y responde: «tú, de hecho, eres de Sacramento». Entendemos, ahora, que estamos en una habitación de hotel, y que estas dos mujeres están lejos de casa. Sentadas de espaldas, a contraluz, frente a una ventana luminosa, pero velada por las cortinas, la segunda le pregunta a la primera: «¿estás lista para volver a casa?» Luego las encontramos sentadas en la parte delantera de un automóvil, en una carretera solitaria, conmovidas hasta las lágrimas mientras escuchan las últimas palabras de la versión en cassette de The Grapes of Wrath, de John Steinbeck. Su largo viaje lejos de casa tenía como objetivo visitar una universidad, en vista de que la joven está a punto de terminar el colegio. Pero ella, con la mirada perdida en el horizonte, con una expresión que nos habla de una inquietud interior que apenas comenzamos a ver, anuncia con desconsuelo e inesperada profundidad: «quisiera vivir algo realmente». Nada le parece emocionante sobre su vida. La conversación se torna en conflicto cuando, quien conduce y ahora entendemos es la madre, le reclama a la joven sobre su ingratitud y su egoísmo. Entendemos ahora que la joven se llama Lady Bird. Así quiere ser llamada, al menos, cosa que le parece ridícula a su madre, quien insiste en llamarla Christine. Lady Bird, quiere irse de Sacramento, quiere dejar California, quiere vivir en la Costa Este, en donde está la cultura, cree ella. La madre no lo ve conveniente, y con una expresión que no se sabe bien si es cariño o condescendencia, le dice que es mejor vivir optando por lo seguro, lo fácil, lo conocido, mucho más si se tiene en cuenta que Christine es algo perezosa. En ese momento, sin aviso previo, Lady Bird abre la puerta del automóvil en movimiento, y se lanza la carretera. Nos quedamos con el grito angustiado de la madre.

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La madre (Laurie Metcalf) y Lady Bird (Saoirse Ronan).

Así comienza Lady Bird (2017), la última película de Greta Gerwig, la directora que ha estado en el centro de atención recientemente por ser la quinta mujer en la historia en ser nominada al Óscar como mejor directora. Estos primeros casi 4 minutos de Lady Bird hablan con claridad de lo que vamos a ver. Se trata, ante todo, de una historia de la relación entre estas dos mujeres, madre e hija. Una relación llena de amor profundo, del conflicto propio que aparece cuando cada quien lucha por ser sí mismo y por hacerle bien a la gente que quiere, de los altibajos emocionales que suceden cuando se ese adolescente en un mundo de adultos, de experimentar al mismo tiempo una necesidad profunda de estar cerca como de tomar distancia. La madre, trabajadora, aguerrida, una mezcla extraña de complicidad, intransigencia y ternura. La hija, insatisfecha, en búsqueda sí misma, ávida por experimentar la vida, por encontrar un lugar en el mundo donde se sienta por fin ella misma.

Como Plutón y Caronte, Lady Bird y su madre nunca ocupan el centro, sino que pareciera que las dos existen en torno a un mismo eje, la vida misma. Los demás personajes de la película van a apareciendo siempre en función de ellas dos. Quizá por este componente especial de la película, la actuación de sus protagonistas le da un tono tan impactante. Las dos ocupan con maestría su lugar, encarnando a la perfección el corazón de cada uno de sus personajes: Saoirse Ronan tiene el talento para ser una adolescente perfecta, que se mueve con naturalidad entre la inseguridad y al arrojo descabellado, pasando por ese sensación de estar perdido en el mundo que uno siente a los 16 años. Y Laurie Metcalf asume el papel de una madre que quiere parecer capaz de resolverlo todo, pero que en el fondo, aunque no pueda reconocerlo, sabe que no tiene todas las respuestas. La película brilla cuando ellas dos están juntas; aparece la riqueza propia de dos actrices que dominan a la perfección el talento de revelar capas emocionales a través de detalles, gestos, miradas sutiles.

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La película funciona bien por la actuación memorable de sus personajes principales y de los que se van cruzando en su camino. En general, todos imprimen un carácter de cotidianidad, de gente común, que nos hace sentir ante personas de carne y hueso. Funciona bien porque la narración está estructurada de manera clara, eficaz y emotiva, mostrándonos lo que sucede en el trascurso de un año en la vida de Lady Bird, su madre, y quienes están cerca. La película termina de manera inteligente, cerrando de manera brillante y enternecedora lo que inicio en la escena inicial del automóvil. Funciona también porque detrás de su sencillez y sentido del humor, apunta a temas más trascendentales que alcanzan al espectador (si está atento). Lady Bird es una película optimista, pero realista respecto a la vida. Sin engañarnos con el discurso de que todo es posible, nos deja una sensación de que vale la pena vivir. Lady Bird retrata el amor, la familia, la amistad, la vida sexual, la relación con el dinero y las apariencias sociales, con la poesía que brota de una mirada que se deja sorprender por las circunstancias más sencillas de la existencia. Lady Bird muestra esa extraña experiencia de regresar a los lugares, momentos y personas que alguna vez, en nuestro desafuero iconoclasta o parricida, quisimos desaparecer, pero que con el tiempo terminan resultando esenciales para definirnos. Lady Bird es la historia de todos los que estamos en la lucha por encontrarnos a nosotros mismos, por descubrir nuestros verdadero nombre e identidad, por hacer de la vida más que sobrevivir.

En una nota más personal, Lady Bird me ha hecho pensar mucho en mi propia historia. No sólo porque el año en el que sucede la película es el mismo en el que yo estaba terminando el colegio, sino por la manera como retrata la relación con la familia, con los amigos, con las apariencias, con uno mismo. Me dejó una sensación de esperanza, de conmoción interior, de una ganas de llorar sin saber si de tristeza o de alegría; una sensación de un cierto nudo interior al reconocer que quizá en ese momento de mi vida habría hecho cosas distintas, pero también una sensación de libertad al agradecer y aceptar, al final,  todo aquello que ya fue y nunca podrá ser cambiado.

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Lady Bird y su amiga (Beanie Feldstein).

 

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Es imposible no sentirse identificado en algún punto con ‘Lady Bird’, esa búsqueda interminable por descubrir quiénes somos y encontrar nuestro lugar en el mundo es lo que hace hermosa esta película.

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  2. Eduardo dice:

    Creo que todos de alguna manera nos sentimos identificados con Lady Bird ya que retrata sin pretensiones el ser adolescente y los problemas “existenciales” que conlleva

    Le gusta a 1 persona

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