JESUS CAMP (2006) & ONE OF US (2017)

 

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Heidi Ewing y Rachel Grady dirigen dos documentales sobre creencias religiosas y su poder en la vida de quienes creen: Jesus Camp (2006)One of Us (2017). Lo que más disfruto siempre de los documentales es su posibilidad de poner el gris en medio del blanco y del negro, de situar la pregunta y las certezas de otros en medio de las comprensiones muchas veces dicotómicas que uno fosiliza. Y eso ocurre con estos dos.

Jesus CampOne of Us son trabajos de muy alta calidad (la narración, la edición, el manejo de los picos emocionales con la música y las imágenes) y disparan en quien los ve preguntas sobre la fe, sobre la democracia, sobre la estrecha y cada vez más perversa y legendaria relación entre el Estado y las múltiples formas de la fe –ya ni siquiera deberíamos decir ‘la Iglesia vs El Estado’, pues hay muchas iglesias con muchos dioses, todas luchando por más fieles y mayor posicionamiento.

 Jesus Camp muestra la experiencia cercana que viven niños evangélicos que van con sus padres a un campamento religioso, liderado por Becky Fischer, pastora de niños. Congelaron mis ánimos escenas de niños llorando de éxtasis por sentir a Dios, afirmando que fueron salvados a los cinco años del pecado -¿qué pecado podría cometer un niño de cinco y cómo comprendió la forma en que Dios obró en él? Es pasmoso ver su candor al servicio de una causa que sataniza lo diferente y que desacredita a la ciencia –al evolucionismo, al calentamiento global- y, a cambio, impone un culto radical que explica el bien y el mal desde el temor a Dios y al diablo.

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Imagen de Jesus Camp (2016)

Por su parte, como una pieza más para complejizar la conversación, One of Us muestra el reto que implica para algunos judíos exjasídicos seguir con sus vidas tras renunciar a su comunidad ultra ortodoxa. El documental presenta cómo se vive en la comunidad judía situada en Brooklyn y cuán difícil es para estos tres personajes (Etti, Luzer y Ari) acceder a sus derechos y construir su identidad por fuera de una comunidad que les negaba la posibilidad de descubrirse.

El primer documental muestra por completo el interior de la fe, mientras el segundo muestra los esfuerzos de retirada. A pesar de los dos puntos distintos desde los que razona, en ambos es asombroso constatar con imágenes y con expresiones (Fischer diciendo con un tono tímido: Excuse me, but we have the truth) cómo todas las doctrinas diseñan mecanismos para diferenciarse de otras y para ofrecer un traje compacto para habitar un espacio específico de mundo. Estas instituciones usan como fundamento unas bases espirituales que logran, al tiempo, identificarlos a ellos y diferenciarlos de los demás: el miedo a Dios se suma al peligro del internet; al peso de la culpa se agrega al rechazo al aborto, crimen humano contra vidas para las que Dios ya había escrito un libro; la supremacía del hombre sobre la mujer les asigna unos roles que es impensable modificar o criticar y que, cuando se cuestionan, producen rechazo y odio en quien los experimenta.

Sumado a todos los esfuerzos conscientes por construirles sentido a los fieles, está la imposibilidad de salir. ¿Cómo puede una persona salirse del sistema religioso en el que creció si está totalmente incapacitada para vivir fuera de este? En su extraña relación de rechazo y aceptación del capitalismo, muchos fundamentalistas estructuran toda una escuela para incubar en las personas unas comprensiones sobre quiénes son, qué merecen, qué necesitan, quiénes son aquellos que no son como ellos y por qué esos últimos están en pecado –esto último tal vez más evidente en los evangélicos del documental. En Jesus Camp podemos ver fragmentos de una sesión de educación en casa en la que una madre le dice a su hijo que el calentamiento global no es grave y que el creacionismo lo explica todo; por su parte, One of Us nos muestra cómo estos ‘desertores’ se sienten incapacitados para enfrentar una esfera mayor a la de su comunidad religiosa, pues no conocen internet, afirman no haber tenido clases de matemáticas y no están capacitados para muchos oficios que demanda el mundo exterior.     

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Imagen de One of Us (2017)

Finalmente, lo que más me comunicaron los personajes de los documentales es un profundo temor por la alianza entre gobiernos de ultraderecha y organizaciones religiosas temerosas de la diversidad sexual, la apertura a los inmigrantes, la globalización, el debate, la diferencia… En ambas comunidades es inevitable el proselitismo y la esperanza de que candidatos como Bush o Trump aseguren sus creencias más preciadas y mejor conservadas. Pasó en 2006, sigue pasando en 2017, pasó allá, pasa acá.

Estos documentos no dejaron de preguntarme de frente por mi propia tolerancia hacia esas doctrinas, me hicieron examinar si acaso no se activa en mí la misma superioridad moral que ellos experimentan y que realmente contamina la comprensión de la otredad. Y si uno cree en la democracia, ¿cómo debe comprender estos discursos? ¿si uno está convencido de que la diferencia es la defensa política más transparente y necesaria, cómo procesar lo que para uno es adoctrinamiento y castración ideológica?  Al tiempo que me cuestiona, no dejo de preocuparme por cómo estamos construyendo nuestras comunidades y permitiendo que las instituciones sigan aplastando a los sujetos. Mi sentimiento más vivo frente a este tema es el miedo, el temor de que cada vez sea más difícil encontrarnos a nosotros mismos en medio de proyectos celestiales o políticos o sociales más grandes que nosotros.

 

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