
Una de las grandes riquezas del Festival IndieBo, que se ha venido realizando desde 2014 en la capital de Colombia, es la posibilidad de encontrar en cartelera películas independientes y recientes (características que casi nunca se dan simultáneamente), tanto nacionales como internacionales. Es una oportunidad privilegiada para aventurarnos a descubrir nuevos directores, escritores, actores y todo tipo de personas vinculadas en la producción cinematográfica. Si bien no siempre estamos ante futuros clásicos del cine, la experiencia (algo mística) de acercarse a una película de la cual se tienen pocas referencias, que no ha sido «sobreexpuesta» por los medios o las distribuidoras, tiene un valor en sí mismo.
Esto es lo que me ha sucedido con Sweet Virginia (2017), la cual decidí ver motivado por el sólo hecho de estar seleccionada en el festival. Se trata del segundo trabajo tanto de su director, Jamie M. Dagg, como del par de hermanos que escribieron el guión, Benjamin y Paul China. La historia nos lleva a un pequeño pueblo enclavado en las montañas de Alaska (que me recordó Twin Peaks), cuya tranquilidad se ve alterada con el brutal asesinato de tres hombres del lugar a manos de un forastero. Pronto conoceremos al asesino como Elwood (Christopher Abbott), quien se registra en el motel de Sam (Jon Bernthal), un vaquero retirado del rodeo luego de sus años gloriosos. La película discurre por la vida, las motivaciones y las relaciones de estos dos personajes que pronto se revelan tan complejos como para hacer posible una cierta intimidad entre los dos.

Desde la escena inicial podemos percibir el juego del director, que tendrá a los espectadores en ascuas gracias a un ambiente intencionalmente tenso (la música es su mejor aliada en este objetivo) y a la expectativa propia de unos protagonistas (sobre todo el antagonista) cuya desequilibrada psicología puede desencadenar lo insospechado. En este punto, el reparto realiza un trabajo impecable, de manera particular Abbott, en un papel inolvidable (realmente es difícil no verlo transitar varias veces por la memoria como una aparición de pesadilla) por su gélida brutalidad y su enigmático desvarío. Algunos giros de la historia, el carácter desalmado del asesino tan similar al de No Country for Old Men (2007) y, por supuesto, el género oscuro de la película, han hecho que comparen Sweet Virginia con el trabajo de los hermanos Cohen, en quienes de alguna manera se inspiran.
Dagg y los hermanos China construyen un relato oscuro, en su tono, en su fotografía (muchas escenas durante la noche) y en su narrativa. En algunos momentos nos sentimos ante un rompecabezas con demasiadas piezas faltantes, ante una fotografía parcialmente velada, pero quizá esto permite que conozcamos en el momento preciso los diversos rostros de nuestros personajes, que fácilmente pasan de generarnos empatía a repudio y viceversa. Sin embargo, pese a que la falta de claridad muchas veces juega a favor de la construcción del laberinto piscológico de cada personaje, y en ese sentido Sweet Virginia es un retrato crudísimo de los seres humanos, también nos deja con demasiadas preguntas e incluso con deseo de comprender más algunos tonos de crítica social o política presentes en la película.