
Joon-ho Bong sintió fascinación por el mundo cinematográfico desde muy joven, a pesar de los reparos de su madre, quien consideraba que las salas de cine eran lugares insalubres por estar privados de la luz del sol. Con una estilo propio desde sus primeros trabajos, cargado de humor negro, de críticas mordaces al mundo capitalista y de personajes monstruosos (muchas veces los mismos humanos), ha creado una forma propia de ver el mundo que ha ido descollando entre los autores cada vez más populares de Corea del Sur (por ejemplo, Chan-wook Park).
Al revisar la obra de Bong, encontramos cómo ha desarrolado una forma única de construir relatos, alejada de ciertos estereotipos del cine asiático. Su debut como director y guionista, Barking Dogs Never Bite (2000), narra la historia de un profesor universitario desempleado que decide secuestrar los perros de su edificio al no aguantar sus insufribles ladridos. The Host (2006), la historia de un monstruo que emerge de las aguas contaminadas del Río Han (que atraviesa Seúl) para aterrorizar a cientos de personas y llevarse como rehén a una pequeña niña, marcó el primer éxito internacional del director con una película hablada casi por completo en coreano y donde tocó el tema ambiental por primera vez. Luego, con Snowpiercer (2013), basada en la novela gráfica francesa Le Transperceneige, trabaja con un reparto internacional para contar una inquietante historia de ciencia ficción: en un futuro cercano los sobrevivientes de una catástrofe ambiental que ha congelado la tierra habitan un tren en perenne locomoción, un microuniverso donde suceden conflictos de clase que reflejan lo que sucede en nuestro mundo. Bong, superando las barreras de los géneros, ha logrado combinar buenas dosis de humor con el horror que surge de una mirada atenta de una humanidad que no tiene reparo en destruirse a sí misma o al planeta donde habita.
Con este historial de producciones Bong llegó a su último proyecto, Okja (2017), con la intención de reflexionar sobre un tema cada vez más controversial: la producción masiva de carne y los ambiguos criterios para decidir cuándo un animal es mascota o alimento. La película comienza con un prólogo donde Lucy Mirando, la CEO de la multinacional de agroquímicos Mirando (¿Monsanto?), interpretada por la genial Tilda Swinton, plantea su propuesta para solucionar los problemas de hambre en el mundo: su empresa ha entregado 26 «súpercerdos» a diferentes personas a lo largo y ancho del planeta, quienes cuidarán de los animales con métodos tradicionales durante diez años, en una especie de concurso-reality que pretende que la gente sienta empatía por estos animales que «comen menos, producen menos excrementos y, lo más importante, saben putamente bien». La historia cambia de rumbo cuando conocemos a uno de estos cerdos gigantes, una tierna mezcla entre elefante, hipopótamo y manatí: Okja. Vive en un lugar alejando, en las verdes montañas de Corea del Sur (o como dice la película, un lugar lejos de New York), en donde es cuidado por Mija (Seo-Hyun Ahn) y su abuelo. Como si estuviéramos en una película de Hayao Miyazaki, en unos paisajes de ensueño, descubrimos la relación íntima que existe entre la pequeña y Okja. Sin embargo, el tono bucólico de la historia desaparece cuando los representantes de Mirando eligen a Okja como el «súpercerdo» ganador, lo que significa que lo llevarán a New York para exhibirlo y, posteriormente, matarlo. A partir de este momento Mija, con la ayuda de unos activistas que tienen tanto de torpes como de ingenuos, hace todo lo posible por recuperar a su gran amiga.

La película es dinámica y emocionante, crea una amalgama particular entre la historia típica del niño que busca a su mascota extraviada y una documental vegano que critica de manera recia la industria de la carne. El reparto de la película hace gran parte del éxito de esta historia: Swinton, que encarna con maestría a una excéntrica mujer que no puede esconder detrás de su estilizada imagen la necesidad angustiosa de aprobación externa; Seo-Hyun Ahn, la pequeña que con facilidad transita entre la delicada ternura infantil y la aguerrida determinación de las mejores heroínas del cine; e incluso Jake Gyllenhaal, a veces sobreactuado pero eficaz por caricaturesco, y Paul Dano aportan su parte de humor y tragedia al viaje de Mija y su amiga. Y claro, Okja comparte tanto tiempo o más en pantalla que el resto de personajes, gracias a una creación impecable con efectos especiales. El supervisor del trabajo visual, Erik-Jan de Boer, que ganó un Oscar por su trabajo con Ang Lee em Life of Pi (2012) consigue con éxito que olvidemos que Okja no existe en realidad.
A pesar de que Okja puede encasillarse en el tema controversial (algunos la han calificado como demasiado tendenciosa) de la producción industrial de carne animal para el consumo humano, al ver el trabajo de Bong Joon-ho entendemos que se trata de algo más. A mi manera de ver estamos ante una película que intenta retratar la oposición radical entre dos mundos (idealizados ambos, por supuesto): la lógica capitalista de la ciudad, donde el mercado y los beneficios económicos son los valores primordiales, y la lógica rural en la que prevalecen otros como la amistad, la lealtad o la memoria. Es una contraposición que se encarna en las dos mujeres principales: por un lado, Lucy Mirando, una mujer pueril, de apariencia delicada y con una estética cuidada, motivada por una suerte de egoísmo encubierto, pérfida y obcecada en su actuar; y por el otro, Mija, una pequeña con motivaciones prístinas, armada de un amor tan inocente como inconmensurable, incorruptible en un mundo en donde hasta los «buenos» relativizan los medios con tal de alcanzar un fin. Se trata, al final, de la contraposición entre dos maneras de asumir la vida, la relación con los otros y el encuentro con el entorno. Bong nos arroja así una pregunta ante la cual no podemos ser indiferentes: «todos nuestros problemas provienen del capitalismo. Genera placer, pero también mucho dolor e infelicidad. Al final las preguntas que hago en mis películas sobre el daño ambiental o de los animales terminan llevándonos al capitalismo» (The Guardian).
Finalmente, es imposible dejar de comentar la controversia que se generó, además, en torno a quién financió la película: Netflix. Al terminar la presentación de Okja en el Festival de Cannes, donde compitió por la Palma de Oro, hubo una ovación generalizada que se convirtió en una rechifla tan pronto apareció el logo de la multinacional del streaming. El asunto dio pie para que algunos atacaran la violentamente a la empresa, a la película y al director, especialmente criticando el modelo de distribución de Netflix, que omite o limita la proyección de sus producciones en salas de cine. A pesar de esto, y aunque Christopher Nolan haya dicho recientemente que Netflix no importa, que tan sólo es una moda que pronto pasará, lo que sucedió con Okja es una pregunta válida sobre qué es el cine realmente. Desde el punto de vista de Bong Joon-ho, Netflix le ha permitido crear una película tal y como la ha imaginado, sin ningún tipo de censura, cosa que otras productoras le exigían para financiar el proyecto. Quizá es verdad que una película se disfruta muchísimo más en pantalla gigante, en ese espacio «sagrado» de una sala de cine, pero si no existiera Netflix quizá Okja sería cualquier cosa, menos la bella, divertida e inquitante película que resultó siendo.
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