
Rodando por Ciudad de México a ritmo de patineta, paseando por paisajes urbanos que revelan facetas desconocidas de la descomunal ciudad, sucede la historia de Miguel (Diego Calva Hernández) y Johnny (Eduardo Eliseo Martínez): amigos de infancia, amantes furtivos y comerciantes clandestinos de sangre humana. Así se entreteje Te Prometo Anarquía (2015), un relato de amor con matices de sorpresiva inocencia, de aterradora crueldad y, sobre todo, de irremediable humanidad.
La historia, que se toma su tiempo para contar y para construir a sus personajes, utiliza la relación entre los dos jóvenes como un centro en torno al cual orbitan elementos que también hacen parte del corazón de Te Prometo Anarquía. Mientras Miguel reclama fidelidad a su volátil amante, que al mismo tiempo tiene una relación con una chica, o mientras habitan ese lugar de intimidad (el carrotanque abandonado) en donde vive Johnny, podemos ver todavía más: el negocio de los jóvenes que «ordeñan» hasta más no poder a cuantos conocen para vender la sangre a los hospitales clandestinos de los traficantes de droga; la vida de los pobladores de Ciudad de México, unos en una funesta miseria y otros en una escandalosa comodidad; el rebusque de todos por un lugar para existir, para ser, para surgir, para morir; la amenaza tan soterrada como perniciosa del narcotráfico que impregna desde las altas esferas hasta los ciudadanos de a pie; la tragedia de las desapariciones masivas (los levantones), jamás explicadas, que cada vez se han hecho más normales en México… Es un retrato que nos lleva a sentir tanto la calidez como la indignación que brota del simple hecho de reconocernos humanos, de contemplar cuán fácil resulta pasar de la ternura a la violencia.
Su director y guionista, el guatemalteco de nacimiento y mexicano de corazón, Julio Hernández Cordón, se ha esforzado por construir una imagen vívida del amor juvenil, pero sin duda también ha acertado al retratar la complejidad de la realidad actual de México. Su película, la última en su prolífica lista de producciones, mantiene su tono de desencanto frente a la sociedad contemporánea y de búsquedas personales ante el desconcierto de un mundo cada vez más desprovisto de verdades absolutas. Con la fluidez de la cámara y con su tono tan poético como crudo (María Secco), cumpliendo la promesa que lleva su título, Te Prometo Anarquía se arriesga a poner en evidencia las tensiones sociales, culturales, sexuales e incluso cinematográficas.
«Anárquica» por arriesgarse a plantear la relación entre un chico de clase alta (Miguel), que se mete en el negocio de la sangre más por rebeldía que por necesidad, y el hijo de la empleada doméstica de su casa (Johnny), sin hogar y sin sustento. Por atreverse a mostrar un mundo donde una relación homosexual se puede vivir libre de etiquetas o clichés, donde su legitimidad (y normalidad) nunca es cuestionada. Por apostarle a conformar un grupo de artistas con raíces en el «mundo real»: actores naturales que el director contactó en Facebook, luego de conocerlos a través de las redes sociales como miembros activos del mundo de la patineta, y que además nos regalan una interpretación cargada de una conmovedora e inusual sinceridad. Por tener la osadía de denunciar cómo el narcotráfico, a punta de exabruptos, ha inoculado en la sociedad los objetivos, los medios y los miedos propios de la mafia. En fin, por seguir luchando para que, en una industria donde priman los criterios monetarios, las obras de arte sirvan para reconocernos más humanos, para hacernos preguntas sobre la realidad o, simplemente, para recordarnos que estamos vivos.
