SILENCE (2016)

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Haz clic en la imagen para ver el trailer.

Silence (2016) es la última película de uno de los directores vivos más afamados, Martin Scorsese. Esta producción, basada en la novela homónima de Shūsaku Endō, estuvo en el tintero del director durante casi treinta años. La historia cuenta la travesía de dos curas jesuitas portugeses, Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), que en 1639 van a Japón en busca de su mentor, Ferreira (Liam Neeson), de quien se rumora ha apostatado en medio de la cruenta persecución a los cristianos. Esta temática claramente religiosa, siendo la última de la trilogía no oficial sobre la religión de Scorsese (The Last Temptation of Christ, 1988 y Kundun, 1997), ha generado diversas reacciones en la crítica. Aquí en Siete y Medio compartimos dos comentarios sobre esta película que, irónicamente, hace a todo el mundo hablar.

Gloria Morales

Quería ver Silence. Me interesaba ver a Liam Neeson y revisar qué haría Scorsese después de The Wolf of Wall Street (2013). Se adivinaban paisajes muy bellos y una muestra diferente de Japón, así como los conflictos políticos y religiosos que se establecen en toda conquista. Imaginé que se iban a hacer explícitas las tensiones y la violencia que implica toda imposición ideológica.

Vi Silence. Algunos elementos me parecen bien pensados, pero, en suma, no me gustó. Voy a exponer primero lo bueno y lo que vale la pena, a pesar de que reflexiones sobre espiritualidad y fe se puedan conseguir mejor en otras películas o novelas (pienso en Los fantasmas de Goya (2006) o El baño del Papa (2007) o novelas como El nombre de la rosa (1980), de Umberto Eco, La cruzada de los niños (1896), de Marcel Schwob, La guerra del fin del mundo (1981), de Vargas Llosa, Las puertas del paraíso (1960), de Jerzi Andrzejewski, Tríptico de la infamia (2014), de Pablo Montoya).

La película le permite a uno pensar el alto poder de lo simbólico. Nos movemos todo el tiempo por lo que los objetos significan para nosotros y su valor o su importancia también afecta nuestros cuerpos y nuestras conductas. Los nuevos cristianos japoneses sufren hasta la muerte porque se les obliga a pisotear una imagen de su dios (igual que la empatía por la pasión de Cristo hace que algunas personas manifiesten estigmas en su cuerpo). Eso ayuda mucho a pensar el valor profundo de las tradiciones y de la relación entre las estructuras mentales y la conducta.

También, y en un sentido similar al anterior, me interesó mucho la muestra de las distintas formas que existen para conquistar un territorio y anular una cultura. En el caso de las expediciones católicas, muchas ocurrieron ignorando la lengua, las costumbres y las comprensiones religiosas de los ‘nativos’ (persecuciones de protestantes en Holanda, borronamiento cultural y territorial en los indígenas prehispánicos o, según el Inquisidor nipón de la película, Inoue, el trabajo violento de los jesuitas portugueses contra las costumbres orientales). Especularmente, también es violento el esfuerzo de reconversión que emprenden los japoneses: el territorio de la fe católica es el cuerpo de los creyentes y hay que torturarlo y acabarlo. Formas complejas de emprender guerras religiosas.

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Sin embargo, en general, no me pareció una buena película. Su ideología fue empalagosa hasta el hastío y resuelve el conflicto de la fe con una oda a la religión. Andrew Garfield, casualmente, viene de una producción similar a esta: una creación visual con una total miopía ideológica en pro del nacionalismo y el cristianismo. En la última película de Mel Gibson, Hacksaw Ridge (2016), se idealiza a un hombre mártir que se alimenta de los poderes hegemónicos de La religión y La nación, de forma unívoca y maniquea. Cuando vi esa película, pensé en que Gibson recicla héroes (siempre hombres) fieles a las instituciones y que Hacksaw Ridge es una nueva pasión de un Cristo moderno. Lo mismo pasa en Silence.

Con esta segunda película edificante en menos de dos meses me pregunto si algunos directores norteamericanos están tratando de reconstruir la resquebrajada idea de nación a fuerza de chauvinismo y camandulería. En realidad, me escandaliza que una de las voces en off de la película sea la de Jesucristo diciendo que él escucha en silencio –lo que deja el problema de la poca fe en el campo del creyente; quien si no escucha a Jesús, es porque ha perseverado poco– y que todo se resuelva con la fe católica y no con un cuestionamiento sobre las violencias ejercidas en los campos culturales.

En suma, creo que Silence es una forma costosa y altamente técnica de catequizar. Es adecuada para ver en Semana Santa, en medio de la historia de Moisés y La pasión de Cristo (2004).

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Javi Pérez Osorio

Debo reconocer que acercarme a Silence es una experiencia desafiante, porque remueve reflexiones personales de vieja data, conflictos frente a las instituciones religiosas y experiencias propias muy profundas en relación a la fe. Además, Silence es de por sí una película compleja porque tiene una gran diversidad de elementos religiosos y sociales, porque es un «mamotreto» difícil de digerir por su denso contenido espiritual (me imagino que mucho más para quienes no están relacionados con él) y porque, como es evidente en el cine aunque muchas veces lo olvidemos, estamos ante la expresión de una parte del mundo interior de quien lo realiza.

Esto último puede ser el arma de doble filo de Silence: la historia, escrita por un novelista en el siglo XX sobre unos hechos que sucedieron en el siglo XVII es narrada desde la mirada de un hombre de nuestro tiempo. Tiene un valor significativo como metáfora de la búsqueda personal de Scorsese, como él mismo afirma: «soy un creyente con dudas; pero las dudas me empujan a encontrar el sentido más puro del otro, o si se quiere, de Dios». Pero esta amalgama de búsquedas que nacen en planos históricos diversos termina convirtiendo la película no sólo en un retrato histórico (a veces anacrónico) que resulta chocante para nuestro mundo (donde prima la libertad individual y palidecen las experiencias religiosas tradicionales), sino también en una reafirmación explícita (casi catequética) del cristianismo.

En este retrato, bellamente compuesto por el ojo y la mano experimentada del siempre genial Scorsese, aparecen algunos puntos de reflexión que la película, quizá porque no es su intención principal, nunca profundiza. Por estos ecos que genera más allá de sí misma, que la pueden terminar convirtiendo en una perfecta oportunidad para pensar, vale la pena ver la más reciente del director estadounidense.

En primer lugar, Silence retrata bien el encuentro violento entre dos maneras diferentes de comprender la vida basados en las creencias: por una parte el mundo cristiano, con reminiscencias del anuncio primigenio de Jesús, pero sobre todo centrado en prácticas rituales (a veces vacías) que autentican el ser católico; y por otra parte, el mundo japonés, budista, sin divinidades, celoso de su propia identidad y tradición. Tanto los unos como los otros actúan de manera intransigente, no sólo los japoneses que aparecen retratados en la película como cruentos torturadores, sino los mismos jesuitas que (como se entrevé) durante el proceso de colonización occidental desconocen el idioma, las costumbres y las creencias del pueblo japonés. Este tipo de enfrentamiento que, mirando sin cuidado podría parecer cosa del pasado, sigue moviendo las relaciones sociales en nuestro tiempo, cuando nuevos «dogmas» sostienen las creencias, religiosas o no, de tantas personas. Resulta interesante pensar, como sucede en un diálogo entre Rodrigues e Inoue, sobre la «verdad» o «verdades» que portamos, que a veces incluso de forma sutil queremos imponer y que no siempre favorecen el encuentro entre los individuos o los colectivos.

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Haz clic para leer una entrevista (en inglés) a Scorsese sobre Silence.

En segundo lugar, existe una veta interesante (para mí) de Silence, que tiene que ver con la experiencia religiosa. Uno de los dilemas que atraviesa la película es bien interesante desde la pregunta sobre lo esencial de las creencias: ¿se trata de un asunto de ortodoxia ideológica (que avalan las instituciones) o más bien de una supremacía de la práctica de la compasión que cada quien elige? (Esto último en el caso cristiano, pero podría ser cualquier valor que se considere el más importante)  [Spoiler alert] Cuando Rodrigues toma la decisión de apostatar, de negar lo que cree, paradójicamente, vive lo esencial del cristianismo; es la negación formal lo que le permite encontrar el corazón (el fondo) de lo que anuncia. Por más complicado que parezca, creo que al final es el descubrimiento de que lo religioso no está en la integridad ideológica, sino del ejercicio vital coherente con el vínculo que nos hermana como seres humanos, especialmente en lo que duele. A pesar de la insistencia de Scorsese por centrarse en lo material como expresión de la fe (el final es exagerado, casi irrisorio en ese sentido), para mí el momento de la apostasía es la más bella declaración de fe.

Finalmente, hablando del silencio en la película, creo que Scorsese comete un error cuando introduce una voz en off que, se supone, proviene de Jesús, mucho más si su intención es revelar que Dios habla en el silencio (es decir, no habla). Es el momento en el que uno como espectador contempla la posibilidad de que Rodrigues esté loco, alucinando o teniendo un arrobo esquizofrénico. Sin embargo, al margen de esta respuesta (no deseada, al menos de mi parte), existe un asunto valioso que tiene que ver con el interlocutor del soliloquio interior de este jesuita o de cualquier persona que vive una experiencia de relación con alguien trascendente (Dios, Jesús, los muertos, la naturaleza). El desespero y la angustia atraviesan el viaje de Rodrigues, precisamente porque muchas veces no sabe si está siendo escuchando por ese otro, como lo muestra el cambio de destinatarios de su «oración», le habla al cura que los envió y se quedó en Portugal, a Dios e incluso a sí mismo. Sin embargo, no es casualidad que el silencio haga parte esencial de casi todas las prácticas religiosas. Quizá porque precisamente es un medio privilegiado para ser persona. En mi experiencia personal, aunque nunca he oído voces (eso sería preocupante), sé bien que el silencio me ha dado las respuestas más importantes de mi vida.

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