
Desde pequeño crecí con una idea relativamente clara sobre la posibilidad de que exista vida en otros lugares de nuestro inconmensurable universo. He estado lejos de la discusión corriente que o bien plantea el asunto como una cuestión relativa a la fe («¡creer en Dios implica la negación de la vida en otros ‘planetas'») o bien la sitúa en el plano patriotero estadounidense (Independence Day) o casi rídiculo (del tipo Mars Attack, con el perdón del señor Burton y su tributo a los clásicos de la ciencia ficción). Más bien, la pregunta por la vida fuera de la tierra siempre ha sido una inquitud que me abre a relfexiones más profundas sobre el «hombre», sobre nuestra condición colectiva de seres humanos tantas veces ensimismada y miope, y sobre nuestro lugar en este universo. Por esto mismo Arrival (2016) es para mí una de las mejores películas de ciencia ficción de los últimos años, uniéndose a esa lista donde también tengo a Contact (1997) y a District 9 (2009).
Una de las características que Arrival comparte con estas dos películas que menciono es el tono íntimo de sus personajes, que surge ante del contacto inesperado con seres venidos de otro planeta. A pesar de eso, la historia comienza con una «llegada», la de la hija de nuestra protagonista, Louise Banks, a quien vemos en una conmovedora secuencia de imágenes compartiendo con su pequeña, desde el nacimiento hasta cuando, arrebatada por la enfermedad, muere. Este es el tono de intimidad con el cual comienza esta historia. Pronto nos encontramos con el evento inesperado: mientras Louise se dispone a dar una clase de lingüística en la universidad, irrumpe la noticia de la llegada de doce «naves espaciales» que se han posado en doce puntos del planeta. Luego de una conversación que revela el carácter y la genialidad de nuestra protagonista, Louise es reclutada por un coronel del ejército (Forest Whitaker), para unirse al equipo de trabajo que pretende comunicarse con los recién llegados con el fin de descubrir cuáles son sus intenciones al venir a la Tierra.
Una vez instalados en el campamento en donde se desarrollan los diálogos, la película entra en su núcleo. Las naves espaciales son como huevos alargados de color negro que flotan en el aire, a los cuales se accede a través de un portal que los alienígenas abren con regularidad. Al interior, donde las fuerzas de gravitación son alteradas, se encuentran con una gran pantalla blanca que sirve de canal de comunicación entre los humanos y los que luego conoceremos como heptópodos. La escena de la primera entrada resulta tensionante, cargada de ese suspenso temeroso que experimentamos ante lo desconocido, ante lo que se prevé como radicalmente distinto de nosotros mismos. Empieza en ese momento el proceso de aprendizaje del lenguaje de estos extraños seres, a través del cual Louise también inicia un proceso de compresión del lenguaje de su mundo interior.
La historia de Louise es la adaptación de una novela corta llamada Story of Your Life, del escritor estadounidense Ted Chiang, quien recibió diversos premios por este trabajo. Haciendo un esfuerzo por mantener el tono narrativo de la novela, el director Denis Villeneuve y el guionista Eric Heisserer juegan con las líneas temporales de la historia, de manera que la comprensión paulatina por parte del espectador es lo que da el punto de giro. De hecho, conforme Louise van descifrando el lenguaje de los extraterrestres, más indescifrable y fragmentada resulta la historia, exigiendo mayor atención y suspicacia para quien la ve. Además de esto, el esfuerzo consciente de darle a las imágenes (fotografía de Bradford Young) y a la música de la película (compuesta por Jóhann Jóhannsson) un tono solemne y sobrio, hacen que la película nos enfrente a las personas y sus emociones.
La película no sería posible sin la actuación de Amy Adams, quien desde el primer momento derrocha su talento como actriz. Su particular interpretación muestra cómo la suavidad, el silencio y la inteligencia se convierten en la fortaleza y la determinación de su personaje, y cómo la quietud y la inexpresividad muchas veces son más elocuentes al momento de poner fuera las emociones. La historia, más que ser una narración de extraterrestres, termina siendo el rompecabezas del viaje de una brillante mujer que al encontrarse con quienes vienen de fuera (del mundo y de su mundo), termina encontrándose a sí misma. Sus palabras iniciales resonarán toda la película, cobrando sentido y revelando el hilo de su búsqueda: “solía pensar que este era el comienzo de tu historia. La memoria es algo extraño: no funciona como yo pensaba. Estamos demasiado atados por el tiempo, por su orden”.
Quisiera resaltar dos puntos que me llamaron la atención. Por una parte, a pesar de no ser el centro de la historia, Arrival imagina el efecto social que tendría una experiencia de este tipo. Aunque un tanto apocalíptico el retrato, sí es verdad que como colectivo nos falta crecer para trabajar mancomunadamente, para no sentir lo diferente como una amenaza y para no actuar con ese automático que a veces nos atraviesa: la violencia. Y por otra parte, es verdad que la ciencia ficción suele pasarla mal cuando se trata de imaginar seres de otros lugares del universo, pecando tantas veces de un antropocentrismo descarado. A pesar del límite insalvable (¿qué sería posible crear nuevo que no surgiera de lo que de antemano conocemos?), esta historia hace un esfuerzo por construir unos alienígenas poco humanos, con un lenguaje elaborado en el cual el habla y la escritura son totalmente distintas y no equivalentes, con una dimensión temporal no lineal y con un carácter (tristemente no siempre tan humano) pacífico y altruista.
Quizá no tengamos que esperar a que vengan de otro planeta para ser capaces de encontrarnos a través de aquellos que son distintos a nosotros. Quizá más cerca que lejos se encuentra el camino para reencontrarnos.