PARIENTE (2016)

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La dos primeras referencias que recibí de mi cinéfila prima sobre Pariente (2016) fueron que, por un lado, se trataba de un «western a la colombiana» (por el afiche promocional, parece que sí tiene algo de esto) y, por otro, que la (buena y singular) música de la película fue compuesta por Edson Velandia, el singular artista de Piedecuesta. No sólo no he quedado decepcionado con los comentarios de mi prima, que en realidad eran promesas encubiertas, sino que Pariente ha sido una grata sorpresa que ha superado mis expectativas.

Pariente es una rareza en el cine colombiano porque tiene sello de autor: Iván Gaona. Este joven director, que también le dio vida al emotivo corto Los Retratos (2012) que con seguridad muchos vimos, se atreve a hacer un película que ofrece un «sabor» único de Colombia: no nos atraganta con los tediosos estereotipos telenoveleros, sino que a pesar de suceder en el fin de la terrorífica era paramilitar, nos endulza con el retrato pausado de la vida cotidiana (apasionada y no excenta de tragedia) de los habitantes de un pequeño pueblo santandereano. El valiente y admirable recurso a los llamados «actores naturales» rinde fruto de manera notable: personas (casi todos hombres) que con su gracia y belleza alejadas de los cánones del cine comercial encarnan sin esfuerzo las bregas y los triunfos propios de la vida rural y amorosa, y generan empatía casi inmediata. Una película que mantiene un ritmo constante, con pausas pensadas y aceleres inesperados, y que nos mantiene atentos todo el tiempo.

La historia se centra en Willington, un conductor de volqueta y DJ (¿o CJ?) ocasional que no se resigna a ver cómo uno de sus antiguos amores decide casarse con su primo, un hombre de dudosa reputación y corruptas maneras. Mientras intenta desenmascarar a su rival, una serie de robos inexplicables y la sombra de muerte de los paramilitares van desenredando una enmarañada madeja de intereses personales, temores de antaño y cuentas personales que ponen la vida de todos en riesgo.

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Uno de los elementos que más me ha llamado la atención de Pariente tiene que ver con el silencio. En esas escenas cuidadas donde, no tanto los diálogos, sino los rostros de los actores son elocuentes discursos de las procesiones internas de cada uno. El silencio diciente sobre la confusa (y engañosa) desaparición de los paramilitares en los albores del gobierno de Uribe. El silencio de una Policía que aparece torpe, tonta e inútil, que detenta poca autoridad en un mundo donde cada quien ha tomado la justicia en sus propias manos. El silencio que le abre paso a la música arriesgada de Velandia como fondo y parlamento de la historia. El silencio en que acaece la escena más emblemática de la película: el escape a a través de un cañaveral de dos hombres enfrentados que, ante la aterradora persecución de un matón escondido detrás un casco negro, pasan de una mirada vengativa a una asustada y de imperativa complicidad. Ese silencio, en fin, que se parece más a la vida de todos los días, y que deja que nuestra propia voz discurra y dialogue con la historia.

Al final, corriendo el riesgo de una lectura muy básica, Pariente es un buen retrato del motor de los terrores que el país ha vivido durante tanto tiempo: no se trata sólo de las organizaciones criminales, sino de las pasiones más primarias enraízadas en casi todos. El temor a la muerte de sí y de los suyos, la reivindicación de la virilidad más simple, el apego al puñado de bienes que se tienen, la idea sobre la dignidad que se merece, el valor nimio que se le da a la vida… Todo eso que se mueve por dentro y que, parafraseando al protagonista, nos hace ser quienes somos a pesar de la música que escuchemos. Por fortuna, el candor casi infantil de este personaje, Willi, le da al retrato que es Pariente un halo de luz que no nos quita del todo la esperanza de vivir.

Vayan a verla, llévense un trozo de Güepsa en el corazón y salgan cantando,, «¡si te vas, te vas! ¡Si te vas, te vas!»

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