MEMORIAS DEL CALAVERO (2014)

Haz click en la imagen para ver el trailer.

Usualmente no disfruto lo «posmoderno»… rechazo casi siempre ese deseo pretencioso de los artistas de que el espectador piense que ellos y sus obras son profundos y complejos. Detrás de esa pose solo veo una actitud «fantoche» que se regodea en la incomprensión. Sin embargo, ver la película colombiana Memorias del calavero (2014) me hizo pensar que hay características que los “posmo” explotan que, unidas de una forma sensible, pueden crear para nosotros una experiencia de goce. Me refiero al cruce de géneros y a una pregunta por la verdad.

Así, la primera razón por la que disfruté Memorias del calavero es este juego de tomas, sonidos, diálogos y géneros. Yo describiría esta cinta como un documental que termina como película y eso dice mucho de la intención del director. Pero también permite explorar la idea de juego de quien acepta ver una película: uno se enfrenta a los planos de turbulenta naturaleza de Santander y de Boyacá, es decir, al terreno que El Cucho debe atravesar para poder nombrar su verdad; también tiembla con la música que ambienta la amistad y el rito (la letra irónica y herida de Edson Velandia); incluso, quien asiste a esta cinta oscilará entre la primera actitud de la cámara de mostrar solo lo que el sujeto/objeto del documental quiere mostrar y, luego, la segunda actitud, a saber, la multiplicación de la mirada y la conversión de este hombre ‘común’ en un personaje más de ficción.

Haz click para ver una entrevista con el director, Rubén Mendoza.

Conectado con esta mixtura que está centrada en generarnos emociones, mareo, preguntas y risas, se ata fácilmente un serio cuestionamiento a la idea de lo cierto, de lo verdadero, de lo digno de ser testimoniado. El centro del documental es el deseo de un hombre de contarle a las cámaras su secreto, sus memorias; sin embargo, el espectador termina llenando los espacios en blanco que dejan las imágenes y el arcano se vuelve uno por cada persona que vio esta historia –la memoria individual se obliga a sí misma a ser memoria social–. En el marco del conflicto nacional, se propone una película que parece afirmar que la ficción también es necesario testimoniarla y que dentro de ella hay verdades que explican lo que somos, en lo que convertimos al tiempo y en lo que el tiempo nos convierte a diario.

Rubén Mendoza, el director, me parece un creador talentoso. También pude ver Tierra en la lengua (2014) y disfruté estas ansias de mostrar la naturaleza del paisaje y la humana. Me gusta del Mendoza de estas dos películas su forma de sumarle humor al problema de narrar la verdad, su propuesta de ambientar con el movimiento el tránsito poco tranquilo de la palabra y de la sangre.

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