
javiperezosorio
«Heaven, heaven’s bodies, whirl around me, make me wonder… dance eternal.»

Comencemos con un dato que, de modo irrevocable, hace de esta una de las entradas más subjetivas de Siete y Medio: Björk es mi cantante favorita desde hace más de diez años cuando escuché por primera vez una de sus canciones, Army of Me. Desde los poderosos beats de ese álbum llamado Post (1995) hasta lo que es Biophilia (2011), ha habido un largo recorrido a través del cual Björk ha cambiado y yo la he acompañado con fidelidad. Su última parada ha sido más que un álbum, ha sido un proyecto llamado Biophilia (un nombre que alude al amor por la vida en todas sus manifestaciones). Se trata de un ambicioso trabajo que pretendía aunar tecnología, música y naturaleza, donde cada una de las canciones fue compuesta (letra y estructura) a partir de algún patrón de la naturaleza, desde las manifestaciones más pequeñas de la vida (Virus o Hollow), hasta aquellas cuyas dimensiones parecen inconmensurables para nuestra inteligencia (Cosmogony o Solstice). Biophilia también fue una oportunidad para sacar a la luz la veta educativa de Björk, quien creó con ayuda de los más expertos, el primer disco app de la historia, donde cada canción era una aplicación que, además de permitir el acceso a la música del disco, permitía acercarse a la ciencia y a la creación musical experimental. (Dato curioso: Biophilia es la primera app adquirida por el MoMA de New York como parte de su colección). Conectado con este matiz educativo del proyecto, el tour de Biophilia (que se extendió a lo largo de tres años) no fue como los anteriores: decidió desarrollar residencias en 7 grandes ciudades del mundo, donde se establecía durante algunas semanas, para realizar varias presentaciones en vivo, pero también para abrir una especie de escuela en la que niños pudieran acercarse de manera natural a la música, entrando en contacto con los artistas que la acompañaban en el tour, con algunos científicos que se vincularon al proyecto en cada localidad y con los instrumentos creados ad hoc para Biophilia, todos ellos inspirados en las fuerzas de la naturaleza (¿conoce esta maravilla?)
Pues bien, la parada final de la aventura que ha sido Biophilia es la presentación del último concierto del tour como una película de gran formato (y por eso le hemos abierto un espacio en el blog), donde las imágenes del mundo natural se integran con la presencia de Björk, el Graduale Nobili Choir, Manu Delago y Max Weisel. No han querido editarlo sólo como un DVD más, sino que han hecho un esfuerzo por distribuirlo a través de festivales de cine, de museos y de grupos artísticos. Curiosamente, esta lógica de comercialización en cierto modo independiente, ha hecho posible la proyección de Biophilia Live en muchísimos lugares.

Por esas coincidencias de la vida, en mi rápido paso por España durante octubre pasado, pude ver Biophilia Live en Valladolid, con mi amigo de toda la vida y fiel colaborador de Siete y Medio, Rafa. Estuve esperando esta película con muchas ansias, mucho más teniendo en cuenta que no pude ver en vivo ninguna presentación de Biophilia. La verdad, después de verla, he quedado gratamente sorprendido. Además de la oportunidad de ver a Björk en pantalla gigante, creo que Biophilia Live es un acierto cinametográfico porque hace una buena síntesis visual del corazón de todo este proyecto. Las imágenes insertadas armónicamente en la edición del concierto dan aún más cuerpo al sentido que tiene Biophilia; algunas de ellas son impactantes y conmovedoras, con la fuerza de evocar la vida que se lleva adentro. Por otro lado, estamos frente a uno de los mejores momentos de la voz de Björk, luego de la cirugía que le quitó esos nódulos de la garganta que durante varios años le causaron problema. Los directores de esta película, Peter Strickland (cineasta independiente reconocido en el círculo británico) y Nick Fenton (director por primera vez, pero editor de varias películas, como Submarine), logran mostrar con ritmo el camino que nos propone Biophilia. Me ha gustado mucho el trabajo musical y visual dado a las canciones de discos anteriores, cuya «biophilización» las hace aparecer de manera mágica (Hidden Place, Possibly Maybe y One Day). Mi único reparo es el trato dado a la canción Sacrifice, que no es una de mis favoritas del disco, pero que por contar con uno de los instrumentos más complejos de Biophilia, merecía haber sido puesto en un lugar distinto al de los créditos de la película.
Termino diciendo que este proyecto de Björk me ha encantado de principio a fin, porque me ha calado en ese lugar de mí donde está el amor por la vida, porque he encontrado poderosas imágenes en las canciones que me hablan de mímismo (Solstice, Mutual Core), porque sigo sintiendo que el arte (porque Björk no es sólo una cantante) hace parte esencial de mi manera de comprender la existencia. Les recomiendo ver Biophilia Live, aprovechando que se proyectará en muchos lugares del mundo (también algunas ciudades de Colombia), y que canten con ella una vez más: “Heaven’s bodies, whirl around me, make me wonder”. Nunca dejemos de sorprendernos con las manifestaciones de la vida.
rafaelmendezro
De Biophilia Live hay que decir que es, sin más, un voyage bizarro, alucinante y fantástico. Estos tres adjetivos podrían definir muy bien a la siempre sorprendente Björk, de quien puedo asegurar es marciana o, al menos, una extraña criatura boreal.
Tuve la suerte de adentrarme en Biophilia y vivir ese viaje personal e íntimo del que hablaba arriba, el 22 de junio de 2012, en la muy criticada y faraónica Cidade da Cultura, un gigante arquitectónico que pretende mimetizarse con las montañas gallegas, verde oscuro, remembranza del precioso paisaje boyacense (Colombia), y recordar en la piel del edificio los complejos e inquietantes entramados ortogonales de Santiago de Compostela. Sin ánimo de rayar en la exageración, creo que ha sido, quizá, el mejor de los conciertos a los que he asistido, pues la manera en como Björk engranó perfectamente, como tracción orgánica, su lectura de la vida y la naturaleza con el amor y lo humano es de ponerse de pie y aplaudir infinitamente.
La tensión vibrante entre los micro y lo macro, el caos y el cosmos, lo holístico y lo individual, orquesta admirablemente esta pieza de arte. Considero como un gran acierto la incorporación de instrumentos musicales que hacen honor a las fuerzas naturales que nos rigen, como por ejemplo la poderosa bobina de Tesla que le da fuerza y personalidad a Thunderbolt, o los péndulos con cuerdas en Solstice, que celebran la gravedad, la rotación y nos recuerdan al péndulo esférico de Foucault (y de paso, al querido Umberto Eco); así como del coro de 14 guapísimas mujeres nórdicas que le da un matiz de gospel ártico delicioso. Y como si fuera poco, debemos sumarle las hermosísimas y elementales analogías y metáforas sobre el amor, la vida y, en general, sobre todas las conexiones innatas que nos vinculan.
Pues bien, Biophilia live tiene un viso que lo hace aún más interesante: la anexión de imágenes que se solapan con el concierto y nos recuerdan cotidianos naturales: erupciones volcánicas, manchas solares, profundidades marinas, hongos creciendo, placas tectónicas en movimiento o la impresionante vía láctea.
Finalmente, el proyecto artístico de Björk da fuerza a la conexión entre música y naturaleza, y de esta manera, conmemora la harmonia tou kosmou pitagórica que tango me gusta.
¡Anímense a verla y compartan sus impresiones con Siete y Medio!