LA HAINE (EL ODIO, 1995)

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Odio, s. Sentimiento cuya intensidad es proporcional a la superioridad que lo provoca.

Ambrose Bierce, El diccionario del diablo (1911)

This morning I woke up in a curfew;
O God, I was a prisoner, too – yeah!
Could not recognize the faces standing over me;
They were all dressed in uniforms of brutality. Eh!

Bob Marley,“Burnin’ and lootin’”

El suburbio, el banlieue, la favela. Esos espacios son uno solo. Y ese, distinto pero tan similar alrededor del mundo, es el escenario de La haine (1995). La película muestra el diminuto fragmento de un barrio francés desolado por la indiferencia, la iniquidad y la muerte: los jóvenes hacen las veces de padres de sus hermanos, de proveedores; deben atravesar los días en un ocio que los arroja a sí mismos…y en ellos no hay más que ese mismo contexto devastador y sin salida; no hay escuela que tenga una palabra para ellos, no hay nada. Solo está, eso sí, la policía: hombres debajo de uniformes que sirven para ser odiados.

Estos jóvenes, tres en la peli –Vinz (Vincent Cassel), Hubert (Hubert Koundé) y Saïd (Saïd Taghmaoui)– pero mil en nuestra otra vida real, cuentan con pocos recursos: las drogas, el tiempo libre, la música, el boxeo, los autos, las películas (Taxi Driver, por caso), las noticias, las ficciones sobre su vida sexual, las alucinaciones sobre vacas caminantes en plena urbe, y los amigos… Lo que dispara esta narración es un abuso policial: justamente, un amigo del barrio, un compañero de estos tres chicos es golpeado hasta el cansancio por un grupo de policías. El toque de queda reina. Ellos aumentan su ira, su incomprensión, su repudio por su propia condición y por lo que consideran la otredad.

 

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Mathieu Kassovitz nos va mostrando horas de esas vidas. Estos chicos vagan por su propio barrio, pero no es suficiente. Vemos, entonces, cómo salen del suburbio y encuentran una ciudad elegante, de museos con arte demasiado contemporáneo, con chicas liberales, hombres sobrevivientes de la guerra, mendigos en el metro, borrachos, noticias, policía que saluda con afabilidad. Esta otra ciudad es un lugar de complejidades: por una parte, parece un thopos deseado, brillante, limpio…por otro, es un lugar que se burla de ellos: ¿cómo un París que les dice en una publicidad ‘el mundo es tuyo’ no estará riéndose de ellos?, ¿cómo va a ser de ellos un mundo que los golpea y los rechaza?

La haine me hizo pensar que la ira y el odio pueden brotar de cualquiera, pero que hay instituciones que legitiman ese brote, que lo necesitan como su motor. Hay lugares, cargos, zonas en las cuales la brutalidad es una condición que se debe aprender «para sobrevivir», para que sean todos menos uno quien salga lastimado.

También  siento que hay una pregunta por ¿quién los puso ahí?, ¿qué determinó que estos jóvenes sufrieran hambre, vejaciones, invisibilización y falta de oportunidades?, ¿qué hace que un hombre quiera vestir un uniforme para maltratar a otros que figuran como desordenadores del orden público? Ambos parecen tomar la misma decisión de odiar pero, ¿a quién culpamos si ambos están atravesados por el mismo contexto complejo y aniquilador?

Esta obra de denuncia, a su vez, esboza asuntos como el problema de la inmigración en Europa, la pobreza y el poder y la ineficacia del Estado, entre otros. Cumple su objetivo: cuenta un chiste –una idea que oscila entre la seriedad y la diversión pero que dice algo profundo de quien la cuenta y de quien se ríe– sobre un hombre que mientras sabe que va cayendo por un abismo, se dice a sí mismo que todo va bien; lo importante no es que caemos –todos morimos siempre– sino cómo aterrizamos -¿quién nos quitará la vida en este mundo hostil y condenado a vérselas consigo mismo?

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En suma, creo que esta película presenta una versión profunda de un conflicto grave: la violencia institucional. La cámara toma decisiones para mostrarnos los lugares y la relación que los sujetos establecen con estos. En mi caso, el blanco y negro me hizo centrarme en la expresividad de los personajes y en la tensión. Los diálogos son frescos y divertidos mientras las imágenes nos hacen pasar a la real tensión de un mundo en llamas. A pesar de un par de ingenuidades, disfruté mucho la película. Me sorprendió saber que Kassovitz también dirigió Gothika (2003), una cinta muy distante en tono e intención. Me quedo con esta, con su velocidad grata, sus imágenes, Bob Marley, su denuncia y su cuestionamiento a lo que somos como sociedad y al peso de la hipocresía que implica creernos habitantes de ‘ciudades modernas’. Para terminar y como ya escribí, creo que el odio está en todos. Y tiene una explicación sencilla: las ciudades nos condensan y nosotros condensamos a las ciudades. De esta amalgama solo pueden salir diversas formas de explosión y de implosión. Eso muestra La haine, eso dice ella de nosotros.

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