Sofia Coppola me ha ido seduciendo desde el principio con sus películas: Lost in Translation (2003) fue amor a primera vista, no sólo por la historia, sino por Bill Murray y Scarlett Johansson. Sin embargo, quisiera hablar de su última película, The Bling Ring (2013), la quinta en su lista de largometrajes. La historia es sencilla: un grupo de jóvenes de la clase alta de Los Ángeles, liderados por una adolescente solitaria ansiosa por hacerse famosa y un joven inseguro de sí mismo quien se considera fuera de la «A-list», comienzan a meterse en las mansiones de los famosos, absurdamente desprotegidas, a robar algunos bienes de aquellos. Estos dos jóvenes, Rebecca (Katie Chang) y Marc (Israel Broussard), se convierten en el corazón de una banda de ladrones que está conformada por Chloe (Claire Julien), una extraña compañera de secundaria, y Nicki (Emma Watson) y Sam (Taissa Farmiga), dos amigas de toda la vida que son educadas en casa por la madre de Nicki (Leslie Mann), quien les da las «lecciones esenciales» para llegar a alcanzar un lugar en el competitivo mundo del entretenimiento.
La historia de estos jóvenes sería algo tonta, realmente, si no fuera porque está basada en hechos reales. Coppola sabe retratar muy bien la enfermedad que sufren muchos, especialmente jóvenes, en nuestro tiempo: el deseo enfermizo por ser famoso. Estos muchachos, que tienen un nivel de vida bastante bueno, no entran a estas casas por el hecho mismo de poseer ciertos artículos lujosos, sino porque de alguna manera están tocando de cerca esa vida que con ansiedad desean tener. Cuando empiezan a entrar en estas mansiones no les basta con arrebatar cosas a los famosos, sino que quieren sentirse cómodos en estos lugares, apropiarse de ellos, sentir por unos momentos, aunque efímeros, que ese universo les pertenece. Quieren, de alguna manera, tratar de convertir en verdad aquello que es una mentira, pues en definitiva aquellos mundos que estas celebridades han creado, por más que los medios de comunicación que nos los ponen continuamente de frente nos los propongan como ideal, no son más que una ilusión. Curiosamente, las escenas de la película en las cuales esta banda de ladrones entra a la casa de Paris Hilton fueron rodadas, de hecho, en la casa de ella. Al ver su guardarropas, sus corredores llenos de fotografías de sí misma o su habitación hecha como un lugar de culto para sí, sin tener que explicar mucho la directora nos retrata al mundo actual que ha centrado la existencia en esa lógica egocéntrica a la cual parece que todos estuviéramos invitados.
Cuando los personajes son atrapados por los delitos que han estado cometiendo, nos parece que las respuestas y justificaciones son tan enfermizas como los robos en sí mismos. Mientras Marc responsabiliza a su baja autoestima de los sucedido, las demás, en general, utilizan este hecho para alcanzar un poco más de fama. Impresionante es la escena en que Rebecca, al ser interrogada por un policía, sólo se interesa por saber qué ha dicho Lindsay Lohan sobre ella (¡qué importa que hablen de mí por ser ladrona, lo importante es que hablen!); o aquella en que Nicki, quien parece ser la más trastornada, dice ante las cámaras que quiere vivir este evento como una lección que le permita alcanzar su meta de dirigir una fundación con fines filantrópicos. De hecho, la persona en quien está inspirado este personaje, después de estos acontecimientos firmó un contrato para hacer un reality sobre su vida luego del juicio por los robos.
Algunos han acusado a Sofia Coppola de tratar este tema de manera muy ligera, sin hacer una declaración explícita sobre cuán incorrecto es lo que estos jóvenes han hecho. Sin embargo, me parece que su forma «neutral» (si es que tal cosa puede afirmarse) de narrar los hechos no es realmente un error. No creo que ella esté asintiendo a la ansiosa codicia por la fama que sienten estos jóvenes, menos sabiendo de su apatía al mundo de Hollywood a causa de haber estado en él desde que era tan sólo una bebé. Creo que se trata de un golpe al espectador, quien al encontrarse con el fino humor y cinismo de la película, se acerca a estos personajes sin la seguridad de rotularlos como malos. Al final de cuentas, ¿no llevamos todos un poco de Nicki, Rebecca o Marc en nuestra identidad? ¿No luchamos todos, de alguna manera, por encontrar esos quince minutos de fama que nos pongan en el centro de atención, con nuestros deseados «likes» en Facebook, nuestros «retweets» o nuestras fotos en Instagram?
Finalmente, una mención a la banda sonora de la película, que como siempre en las obras de Coppola está muy bien pensada. Ella ha dicho en varias ocasiones, al hablar de sus largometrajes, sobre cómo la música hace parte esencial de su trabajo cinematográfico. Una vez más se sirvió de su frecuente colaborador, Brian Reitzell, con quien eligió algunas canciones de Hip-Hop y Electrónica que le dieran el tono contemporáneo a la película, por ejemplo: Power y All of the Lights, de Kanye West, y Super Rich Girls, de Frank Ocean. Les recomiendo que le den una mirada.
[youtube http://www.youtube.com/watch?v=yMQlf_o4Mr4]
Suena muy interesante y controversial. Tan pronto la vea, comento.
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Gracias por compartir esta entrada y por su propia lectura de esta película de S. Coppola.
Aunque considero que este largometraje no es fuerte de argumento y podría terminar siendo un poco soso, creo que el retrato que la directora le hace a este colectivo de adolescentes es cercano y preciso. A mí me gustan mucho las películas en las que interviene la realidad del adolescente (carente, bien dicho) y su interesantísima desproporcionalidad tanto de cuerpo como de carácter.
Mi escena preferida es la del robo (creo que a Lindsay Lohan), pues la toma es realizada desde «lejos» y nos pone cruelmente como callados espectadores. Es justamente esa la actitud, la de observadores lejanos, la que muchas veces tomamos frente a este tipo de cuestionamientos.
Yo sigo feliz celebrando en las cosas pequeñas y elementales y esta película me invita siempre a comprometerme con ello.
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