Nos encontramos de nuevo con una historia elemental: la aventura de tres cotidianos que se intersecan en una carretera y que provoca la construcción colectiva de una reivindicación con los sueños y el enfrentamiento con los fantasmas de falsos regímenes (esencialmente personales).
Hace tres años conocí la obra de David Trueba, fue en una tarde de cine con Jaiver yendo a ver Madrid 1987 (2011), una historia exquisita que pretendía encerrar los sueños trastocados y desaprovechados de sus protagonistas en un cuarto de baño, los de Miguel (José Sacristán), un escritor anciano con cierta reputación, y los de Ángela (María Valverde), una joven universitaria llena de ímpetu y curiosidad. Si bien en Madrid 1987 se nos mostraba un fino relato de una derrota, ahora con Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013) (de la primera estrofa de Strawberry Fields Forever de Los Beatles) lo que se pretende en este road movie, a mi modo de ver, es explicitar la urgencia de las acciones optimistas que hacen más llevadero el encargo de la vida misma. Acá se celebra la dignidad del hombre en el camino del cumplimiento de sus sueños.
(Me perdonarán, pero acabo de recordar que esa tarde, en los cinemas Ideal de Madrid, muy cerca de Puerta del Sol, de salida me crucé de frente con Vargas Llosa, quien estaba solo y entendía por mi mirada maniática que yo lo había reconocido y moría de ganas por hablarle. Al final, no hice nada y fui el peor de los groupies, fin de la historia).
La intersección que refiero arriba ocurre en la España de los sesestans y es la de un maestro que enseña inglés a niños, usando las letras de las canciones de Los Beatles, encarando a la vieja escuela, y que viaja a Almería haciéndole caso a su sueño de conocer y hablar con John Lennon (quien se encontraba grabando Cómo gané la guerra (1967), película de Richard Lester); un adolescente introvertido y flacuchento que escapa de la opresión de su padre (un militar posguerra, que en últimas representa el agrietado régimen franquista español); y una bellísima joven embarazada y hostigada que enfrenta al entonces tradicional ritual que se le hacía a las madres solteras y que consistía en cuidarlas y luego quitarles a sus hijos, como quien cría pollos en corrales. Son Antonio (Javier Cámara), Juanjo (Francesc Colomer) y Belén (Natalia de Molina): los rebeldes que imprimen vitalismo, ingenuidad y un horizonte como a contracorriente con un sistema decadente de pensamiento. Generosos, motivan una amistad ornamentada con el deseo y el amor adolescente (que tanto me gusta) y, de la mano, empiezan a sentirse vivos olvidando pasados y futuros difusos para seguir el camino por lo menos sintiéndose más fuertes y más sinceros consigo mismos.
Es, sin más, un homenaje al grande de la generación del 98, el genialísimo Antonio Machado, a su “Caminante no hay camino, se hace camino al andar” o a su “Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar”. Acá confieso mi loco amor por Machado.
El viaje de sus protagonistas, hacia la urgencia por el optimismo (como decía antes) y por dejarse un poco atrás, es la película y los escenarios que suceden tanto dentro como fuera de estos tres soñadores son el sostén de la misma.
En definitiva, Trueba lo hace muy bien. Tiene una increíble destreza por la observación y por el humor agridulce, además un increíble talento como guionista y como traductor de la infinita complejidad del ser humano. Le es fácil transmitir su amor por los personajes. Se nota que puso toda su mente y, sobre todo, todo su corazón en la realización de esta historia bien entrañable.
Vivir es fácil con los ojos cerrados ha sido ganadora, hasta el momento, con 6 premios Goya en las categorías Mejor Actor principal, Mejor Actriz Revelación, Mejor Director, Mejor Música Original, Mejor Guión Original y Mejor Película; 3 de los Premios del Círculo de Escritores Cinematográficos CEC como Mejor Película, Mejor Guión Original y Mejor Actriz Revelación; y como Mejor Película del cine latino en los Palm Springs International Film Festival.