MELANCHOLIA (2011)

Luego de varios meses de postergarla, arguyendo que necesitaba un estado de ánimo adecuado para enfrentarme a ella, tuve la oportunidad de ver Melancholia. Ya han pasado unas cuantas semanas desde ese encuentro, tiempo que ha sido necesario, al menos para mí, para ir decantando qué significa y qué quisiera decir sobre ella.

Desde que conocí a Lars von Trier, con Dancer in the Dark, me volví seguidor de él. Confieso que no es fácil seguirle la pista a este director, siempre tan controvertido, no sólo por sus películas sino por su modo de vida y sus declaraciones, sino especialmente porque sus obras están cargadas de sentidos a veces inexcrutables. Sin embargo, he tratado de ver con disciplina sus últimas películas, cada vez más distanciadas de su apuesta original en el movimiento cinematográfico danés Dogma 95.

Melancholia es, como uno podría esperar sin dudarlo, una película particular y única, como sucede con la mayoría de películas de este director. No siempre fácil de seguir, de una densidad dramática fácilmente palpable y que tiende a abatir a los espectadores menos tenaces, Melancholia es una experiencia que vale la pena vivir. Es una mezcla de dos intereses que Lars von Trier tenía en su momento: por un lado, una luz que le llegó mientras hacía terapia para salir de su propia depresión: quienes padecen esta enfermedad tienden a comportarse con más calma en las situaciones extremas; y, por otro lado, el asunto del fin del mundo, tan sonado durante los últimos tiempos (y, en realidad, en todos los tiempos). A partir de estos dos focos, el director construye una historia sobre dos hermanas, Justine y Claire (¡él siempre con sus mujeres!), narrándola en dos grandes capítulos antecedidos por una «obertura».

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Esta “obertura” es una secuencia de imágenes que no sólo muestra a los personajes principales en las situaciones más significativas que luego desarrollará la trama, sino también muestra un gran planeta colisionando contra otro que parece ser la Tierra. Esta entrada a la película tiene su toque de grandeza y dramatismo, pues además de una cuidadosa puesta en escena de efectos especiales, está acompañada por el Preludio de la ópera Tristán e Isolda, de Wagner, cuya música acompaña gran parte de este largometraje. Terminada esta parte inicial, donde se resuelve desde el comienzo que el mundo realmente acabará, pasamos a la historia de las hermanas, que es realmente el centro.

 

El primer capítulo de la historia está centrado en Justine, interpretada con profundidad por Kirsten Dunst. Se trata de una mujer cuya verdadera personalidad se nos va revelando poco a poco en los pequeños acontecimientos que implican su fiesta de bodas, a la que asistimos que invitados especiales. Esta bella mujer, quien inicialmente parece completamente normal, va mostrando cada vez más su verdadero rostro, a causa no sólo de sí misma, sino de las desavenencias que sus familiares y compañeros de trabajo. Siendo ella el centro de la celebración, se ausenta varias veces de ella y sus comportamientos van revelando su indiferencia frente a todos, frente a la vida, y una ausencia de sentido y alegría. Con lentitud, con paciencia, Lars von Trier nos presenta a Justine, quien parece abrumada frente a la parafernalia que todos han montado en torno a su boda, especialmente su hermana Claire, quien está desesperada por las actitudes pueriles de la recién cada. La oscuridad de este capítulo, la multiplicidad de personajes, el aburrimiento de esta fiesta planeada con minucia, los diálogos llenos de sorna, nos ayudan a darle un poco la razón a Justine. Sin duda alguna, aquí Kirsten Dunst ha dado lo mejor de sí, ayudada por Lars von Trier, experto en dirigir a sus actores hasta el extremo, y ha hecho posible un vívido retrato de la definición freudiana de melancolía: «El abatimiento doloroso y profundo, la cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de la actividad y la disminución de los sentimientos…» El papel de Justine le valió a Dunst la Palma de Oro como Mejor Actriz en Cannes 2011.

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Justine (Kirsten Dunst) y Claire (Charlotte Gainsburg).

El segundo capítulo se adentra en la vida de Claire (Charlotte Gainsburg), quien vive en este gran castillo donde ha sido la fiesta de bodas con su esposo John (Kiefer Sutherland) y su hijo. A través del entusiasmo de ellos dos por mirar al cielo, vamos descubriendo que un planeta, llamado Melancholia, se acerca a la Tierra, aparentemente para pasar de largo (nosotros ya sabemos que chocará). Justine, mientras tanto, aparece en su etapa de depresión más profunda, perdiendo la capacidad de realizar los actos más cotidianos, forzando a Claire a cuidarla como nunca antes. Sin embargo, la preocupación más grande de ella no es el estado de salud de su hermana, sino el paso de Melancholia; pues aunque los científicos, como le dice John, han predicho que no habrá una colisión, ella tiene un profundo miedo que es incapaz de ocultar. Conforme el planeta se va acercando, aumentan la impaciencia y desespero de Claire, y la tranquilidad y salud de Justine. De alguna manera, los papeles se invierten, haciendo que las hermanas de alguna manera intercambien sus roles. Actoralmente se percibe en este cambio el increíble talento de las dos actrices, pero especialmente de Charlote Gainsburg, quien interpreta a Claire. Ya conocida por otros papeles, en especial por aquel impactante en Antichrist (2009), otra película de Von Trier, aquí lleva a cabo con una fuerza poderosa la explosión de emociones por las que pasa Claire. Esta actriz, que uno puede decir que se arriesga a todo, en Melancholia lleva un ritmo pausado para interpretar un desespero que no puede más que contagiarse al verla. ¡Todos los reconocimientos para esta mujer!

Yo no sé bien si Melancholia es una metáfora o no (puede que sí), o si es una declaración desesperanzada y resignada sobre la vida, pero sí creo que se trata de una puesta en escena del increíble, tantas veces devastador, poder de las emociones humanas. Vale la pena verla (padecerla, de alguna forma), disfrutar de su increíble fotografía, música e interpretaciones, y, al final, dejarse tocar por las colisiones que suceden en nuestra vida.

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