WE NEED TO TALK ABOUT KEVIN (2011)

Intoxicado. Fue la sensación que quedó retumbando en mi interior después de haber visto esta devastadora película. ¿Puede uno sentirse con náuseas y dolor de cuerpo después de haber visto una obra de arte? Si me preguntan a mí, la respuesta es un rotundo sí. We need to talk about Kevin (2011) es la aproximación cruda a la realidad dolorosa de una mujer que, sin querer se madre, termina viviendo el tormentoso reto de educar a un niño que parece la encarnación propia del mal. Y la verdad, uno puede sentir realmente lo que se está viendo.

Sinceramente, les cuento, he estado tratando de escribir esta reseña desde hace varias semanas, pero no he encontrado el estado de ánimo para hacerlo ni las palabras más ajustadas para ello. Sin embargo, aún sin la certeza de que este sea el momento, me arriesgo a traer a mi memoria lo que pude ver aquella noche. Nos encontramos con Eva Khatchadourian (Tilda Swinton), una mujer que vive sola en una pequeña casa, trabaja en una modesta oficina de viajes y deambula cargando con una tristeza que se trasluce en su rostro. Su vida se va develando poco a poco a través de diversos flashbacks que nos permiten ir armando el rompecabezas y, sobre todo, ir entendiendo (o quedando desconcertados a causa de) el por qué de su amargura. Básicamente, la causa de todo tiene nombre propio: Kevin.

Cuando Eva era joven, vivía con pasión esa dimensión aventurera de la vida, era un escritora viajera, pero esto terminó cuando inesperadamente llegó su hijo a su vida. Casi siempre uno se encuentra, en la pantalla y en la vida real, con madres cándidas que se deshacen en lágrimas de alegría porque saben que han engendrado a un hijo, pero aquí vemos a una mujer que desde el primer momento recibe la noticia con más resignación que cualquier otra cosa. Desde pequeño Kevin comienza a ser un lastre para esta mujer que, pese a tener el nombre de la mítica madre universal de la humanidad, vive como una pena esa labor. No basta sino ver que, frente al imparable llanto del niño, ella prefiere escuchar el estruendoso ruido (que a todos nos ha fastidiado alguna vez en la vida) de un taladro de la calle. En todo caso, la relación madre e hijo que comenzamos a ver es realmente dolorosa, no sabemos bien si por la frustración que le causó a ella cambiar de vida sin haberlo decidido o simplemente porque Kevin es terrible.

Conforme Kevin va creciendo la situación empeora, especialmente por la tendencia del niño a desconocer cualquier tipo de autoridad de la madre. Empieza a chantajearla con sus actitudes y se muestra cada vez más desafiante y agresivo, sin ningún interés frente a la familia, tanto que ella tiene arrebatos de agresividad hacia él. Gracias a la increíble actuación de los tres actores que representan a Kevin en sus diferentes etapas (¡los pequeños son maravillosos y lo mismo se puede decir del talentoso Ezra Miller), vamos descubriendo (y sintiendo a la par) cómo esta mujer empieza a sentir rabia contenida y miedo hacia su propio hijo, quien, como pronto nos enteramos, terminará llegando a puntos aterradores con su comportamiento, especialmente luego de haber encontrado un centro de interés en un inmenso arco que su padre le regaló en Navidad. A mí me sucedió lo mismo que a ella todo el tiempo mientras veía la película, pues un personaje como este niño realmente despiertan una fuerza destructora muy fuerte; a veces uno quisiera acabar de un sablazo lo que tanta rabia le despierta.

Volviendo a la película, nos iremos dando cuenta poco a poco qué ha hecho este joven, pero también el deprimente presente de Eva, que debe asumir con paciencia el odio de la gente su ciudad, que bien sabe qué ha hecho Kevin. Sin nosotros estar al tanto, podemos sospechar con claridad que algo grave ha sucedido para que ella sea agredida de tal manera (escena). Esta realidad de Eva le permite a Tilda Swinton lucirse con este papel (¡injustamente ignorado en los Óscar de este año!), pues nos lleva por un camino de desespero y de amargura, de tristeza y melancolía que parece salirse de su piel directamente a la nuestra. Valoro mucho que un intérprete trasmita tantas cosas a través de simples miradas, de movimientos de sus manos, de la forma de mover los labios o de la sencillez de esa debilidad que se trasluce en su cuerpo, como lo logra Swinton. Eva vive (con nosotros) esta pesadilla en vida, creada por su hijo que, al fin de cuentas, terminó acabando con su vida dejándola viva para padecerla. Y la película acierta como producción cinematográfica porque el sufrimiento de esta mujer no sólo está representado por ella, en su actuación, sino por escenas cargadas y densas de sentido, como cuando ella se come unos huevos revueltos con su cáscara luego de que una vecina colérica se los ha roto, y por la simbología continua del color rojo. Desde un principio nos encontramos con este color, inundando la pantalla, anegando la vida de Eva como una mancha que no se puede borrar. La metáfora de la fachada de su casa untada (como si fuera algo perpetuo) con la pintura roja que le ha puesto algún desconocido buscando venganza, muestra mejor que cualquier cosa la vida de esta mujer.

Sin duda alguna, la directora, Lynne Ramsay ha hecho un increíble trabajo, siguiendo la línea de sus dos largometrajes anteriores, centrados en temas escabrosos e intensos. La película en general hace que, al final, uno se sienta completamente enfermo de haberla visto. Su desenlace, anunciado a pedazos a lo largo de toda ella, no deja de ser escabroso e impactante, tenebroso y triste. No se puede pasar por We need to talk about Kevin sin dolerse a cada instante por la situación de la irredenta Eva, cuya vida es deshecha a pedazos por aquel al que le dio la vida, ese ser macabro que, al final de cuentas, sigue siendo su hijo. No se puede dejar de sentir, en fin, nauseas frente a la miseria humana, palpable en quien destruye, pero mucho más en aquel que padece la destrucción desde una quietud y resignación pasmosas.

No dejen de ver esta película pese al impacto que de seguro tendrán. Pasen por la prueba de verla, atrévanse a sentir un poco, que cuando la ficción le mueve a uno tantas cosas, revela de la realidad más de lo que uno piensa.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Rafael Méndez dice:

    Por recomendación de Javi vi esta película hace ya algunos meses. Lo que despertó en mí la película fue, principalmente, náuseas. Recuerdo haber terminado de verla con unas ganas incontrolables de vomitar horrorosas. Logré materializar el odio de Kevin y la culpa y desprecio de la madre.

    Confieso que envidio, dada mi naturaleza, el no poder alcanzar el vínculo madre e hijo en mi Vida; y sin embargo ese lazo acá se nos muestra opuesto a lo «natural». Las actuaciones de los protagonistas son riquísimas y merecen todo el homenaje posible.

    ¡Recomendadísima! Especialmente para recordar la dicha y el gozo que produce el saber que bien alejados estamos de emular esa relación (por lo menos en mi caso me siento infinitamente afortunado por la bondad que esconde el amor que siento hacia mi madre y ella hacia mí).

    Tal y como pasó con Dancer in the dark, estoy seguro que no me atreveré a verla de nuevo, pues me afecta fuertmente.

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