«It’s the sense of touch. Any real city, you walk, you’re bumped, brush past people. In LA, no one touches you… We’re always behind metal and glass. Think we miss that touch so much, we crash into each other just to feel something». (Comienzo de Crash)
A veces, me parece, no se trata de algo que se limita a la experiencia de la «angelical» ciudad californiana. He visto en diferentes momentos aquella extraña melancolía del contacto que se ha perdido por el ritmo frenético de la vida donde sólo cabe una persona: «yo». Lo he visto, primero, en mí mismo, tantas veces que, frente a la ausencia de ese vínculo afectivo más hondo con las personas, parece que no hay más opción que resignarse a los residuos que dejan los encontrones con los otros. Y lo he visto, también, en los jóvenes que la vida me ha regalado acompañar. Muchos de ellos abrumados por una inconmensurable sensación de soledad, de esas que no dan paso atrás pese la aparente compañía de otros, que les puede, los envuelve, los encierra, no pueden apagar ese anhelo tan humano, tan nuestro, tan de todos, de encontrar-nos, y les resta chocarse con quien sea: impactando con golpes o palabras a quien se cruce por delante, pasando por encima del que tiene o parece menos, agrediendo con la rudeza de la indiferencia. A todos nos ha pasado aquello de estrellarnos con otros como consecuencia del desencuentro.
Crash es algo parecido a todo esto. Diferentes personas, cada una con sus desencuentros personales, cada una con su propia historia a cuestas, cada una con sus miedos, sus alegrías, sus prejuicios, sus soledades, sus anhelos. Y así vemos al policía corrupto, terriblemente racista, atribulado en secreto por la enfermedad de su anciano padre. También se nos pasa por allí el latino que trabaja arduamente para sostener a su familia, soportando el rechazo tácito y el explícito de la sociedad que habita. A los dos negros cansados del racismo que los encasilla, pero que viven sin reparo la condena de ser aquello que los demás esperan prejuiciosamente que sean. Vemos al político interesado (como casi todos los políticos) en su beneficio personal y a su esposa, tristísima y aterrorizada, que vive sumida en la soledad. A los persas que se ganan la vida honradamente pero padecen del rechazo de quienes los confunden con árabes, cosa peligrosa en aquellos tiempos post 9-11. Y, allí mismo, el director de cine afroamericano que ha cedido terreno en su propia identidad, asintiendo con un mundo que le exige olvidarse de sí mismo para existir. Todo esto acaece en Los Ángeles, la convulsa ciudad que nos sirve de marco y hace las veces de un pequeño mundo: podemos reconocer lo que allí sucede con solo mirar a nuestro alrededor.
Todas estas personas e historias de alguna manera se relacionan, se tocan, o mejor, se estrellan. Siguiendo un estilo que surgió en el cine de comienzos de este milenio (21 grams, Monster’s Ball o Memento), que consiste en reunir en una misma historia a un grupo de personas cuyas vidas aparentemente inconexas se van vinculando con el transcurrir de la película, podemos ver cómo estos habitantes de Los Ángeles terminan teniendo que ver unos con otros. En este caso, el tejedor de esta trama ha sido Paul Haggis, un reconocido guionista (Million Dollar Baby, Letters from Iwo Jima), quien se lazó como director debutante con Crash. Y el mérito de esta producción (evidente cuando se la ve) es lograr que se amalgamen, no sólo las historias, sino una multiplicidad de asuntos que están en el trasfondo de la película. Crash nos arroja realidades álgidas de nuestro tiempo (¿o de todos los tiempos?) como el efecto del miedo, el racismo, la exclusión clasista de nuestras sociedades, la injusticia, la corrupción. Y, al mismo tiempo, nos imbuye en un sinfín de sentimientos que nos atraviesan mientras vemos la película: ternura, desconcierto, alegría, desesperanza, tristeza… Esta sinfonía de emociones y realidades ha sido muy bien orquestada por Haggis, quien ha sabido conducir las diferentes actuaciones que nos encontramos, la mayoría de ellas en su punto preciso. (Dicho sea de paso, que el reparto es importante: Sandra Bullock, Don Cheadle, Matt Dillon, entre otros).
El trabajo realizado por Haggis fue altamente valorado cuando al ser estrenada la película, ganando en 2004 dos premios Óscar: Mejor Película y Mejor Guión Original. Si no la han visto, ¿qué están esperando para estrellarse con ella?
Otrosí: Ver esta película me hizo recordar una serie de televisión que actualmente me tiene enganchado: Touch. El planteamiento es similar al de Crash, pero le mete un poco de ciencia, matemáticas, mística y psicología al asunto. Bastante interesante. Recomendada para quien no la haya visto aún. Aquí el trailer.